Un informe de la periodista Ilana Bresker, de la agencia rusa Sputnik, puso luz sobre Colonia Ofir, desconocida pero muy cercano para esta zona de la provincia de Entre Ríos.
Está ubicada frente a Campichuelo, a pocos kilómetros de Concepción del Uruguay, sobre la costa uruguaya y en la zona de San Javier. Se llama Colonia Ofir, y es un espacio donde el tiempo parece haberse detenido hace más de un siglo. Si bien los más jóvenes están incursionando en aspectos necesarios que demandan un mínimo de tecnología para relacionarse con el resto de la comunidad, el idioma, la vestimenta, la religión, la educación y las tradiciones están atadas siglos atrás. Hablan eslavo antiguo, una lengua que ni siquiera se usa ya en Rusia, y practican los ritos de la antigua Iglesia Ortodoxa Rusa que ha cambiado durante todo este tiempo, pero ellos siguen guardando su fe tal cual se profesaba hace siglos.
Un informe de la periodista Ilana Bresker, de la agencia rusa Sputnik, puso luz sobre este espacio desconocido pero muy cercano para esta zona de la provincia de Entre Ríos.
Barbas largas, camisas del estilo del siglo XIX enfajadas por la cintura y sarafanes, los vestidos tradicionales rusos hasta los pies, forman parte de la realidad que viven hoy en día en una pequeña colonia en el oeste de Uruguay los llamados viejos creyentes de la Iglesia ortodoxa rusa que guardan su fe durante siglos y siguen celosamente las antiguas costumbres de sus antepasados, remarca Bresker.
Los integrantes de colonia Ofir ubicada en el departamento de Río Negro a orillas del río Uruguay viven en su propio mundo sin televisión ni computadoras, se comunican en el idioma eslavo antiguo que ya no se usa en Rusia moderna y se dedican a agricultura, ganadería y pesca. Los miembros de esta comunidad inusual y bastante aislada habitualmente no hablan con turistas y periodistas, no permiten sacar fotos de ellos o sus viviendas y casi siempre se encierran en sus casas si saben que personas ajenas están visitando.
Religión y trabajo son los aspectos centrales de los creyentes del ritual antiguo. Pero si el trabajo es el asunto personal de cada familia, la religión es una causa común
«Rezamos todos juntos y observamos uno a otro: si veo que otra persona hace algo mal, se lo digo para que pueda mejorar su comportamiento», cuenta uno de los descendientes de aquellas 30 familias que se instalaron en esta parte del país sudamericano a mediados del siglo pasado. Los integrantes de la comunidad frecuentan la iglesia los feriados y todos los domingos.
El domingo, además, es el único día de descanso. El resto de la semana trabajan en el campo y por eso casi todo lo que consumen es de la propia hacienda. Requesón, crema agria y leche son los productos principales que venden a los uruguayos en la vecina ciudad de Paysandú. Los habitantes de la localidad señalan que ahora todas las familias cuentan con un auto, pero hasta muy recientemente tuvieron que transportar su producción en caballos que resultaba extremadamente difícil en los días de fuertes lluvias.
Internet, radio y televisión
Los integrantes de colonia Ofir no tienen radio, televisión o computadoras porque la tradición de los viejos creyentes prohíbe el uso de la tecnología moderna y medios de comunicación.
«Hoy en día todos los celulares están conectados a internet, pero si alguien se entera que yo tengo, por ejemplo, Facebook instalado, me van a criticar; lo mismo se aplica al uso de la radio o la televisión», relata otro colono. Explican que internet no es necesario para comunicarse porque «se puede escribir cartas como lo hacía la gente en los tiempos pasados». Admiten, sin embargo, que de vez en cuando usan aplicaciones como Whatsapp para hablar con sus familiares que residen en colonias similares en otros países del mundo.
Lazos familiares
Las familias de los viejos creyentes están diseminados por las Américas por lo cual los habitantes de la colonia en Uruguay a menudo reciben huéspedes de Brasil, Alaska, Canadá o EEUU. Muchos viajan al extranjero también para encontrar una pareja porque casarse con una persona de la misma fe es obligatorio. En este sentido, los habitantes de colonia Ofir, quienes se casan jóvenes, algunos con 16 años, lamentan que las nupcias entre familia no estén permitidas debido a que las personas de la misma religión son «muy pocas».
«A veces te gusta alguien, pero forma parte de la misma familia; y alguna vez conoces a alguien quien no pertenece a tu familia, pero no te gusta», dice uno de los colonos. Varias mujeres cuentan que sus hijas se casaron con hombres de las colonias parecidas de otros países y se mudaron de Uruguay con sus esposos. Las familias de los viejos creyentes son grandes porque es habitual tener entre cinco y diez hijos.
Educación en el hogar
Hace pocos años a unos tres kilómetros de colonia Ofir se abrió una escuela de habla hispana, pero todavía muy pocas familias mandan a sus hijos a estudiar con otros niños. La mayoría de los adolescentes de los viejos creyentes siguen la tradición de recibir educación en el hogar.
Los pocos libros que usan son en el idioma eslavo antiguo y la enseñanza no incluye muchas ciencias exactas, como física o química. «Para arrendar tierra, vender y comprar productos no hace falta estudiar esas materias y Dios te da todo lo que necesites», asevera uno de los barbudos.
Por su parte, otros habitantes lamentan que les faltan libros en su idioma materno tanto para los niños como para adolescentes. Aunque la educación no implica clases de la lengua española y la comunidad aislada no tiene mucho contacto con los uruguayos, los ?olonos tuvieron que aprender el idioma para poder vender sus productos a las personas que no manejan el eslavo antiguo.
¿Quiénes son los viejos creyentes?
Los partidarios de los antiguos cánones religiosos aún en el año 1654 no aceptaron las radicales reformas del patriarca Nikon que buscaban acercar a la Iglesia ortodoxa rusa con la Iglesia ortodoxa griega.
Los viejos creyentes decidieron defender la pureza de su religión observando los antiguos ritos que a partir de esa fecha fueron estrictamente prohibidos en el Imperio ruso.
Los conservadores fueron declarados «raskólniki» (del ruso «raskol» que significa «cisma» en español) y fueron fuertemente oprimidos por los zares. Para escapar las persecuciones, muchas familias huían a los rincones más remotos y salvajes del país, algunos se escondían en los bosques y montañas y una parte se fugó de Rusia para crear una colonia en China.
Aunque a principios del siglo XX se decretó tolerancia hacia este sector de la sociedad, los viejos creyentes no podían gozar de su libertad durante muchos años: con la Revolución de 1917 cualquier actividad religiosa fue declarada ilegal. Por eso, con el triunfo del poder soviético todavía más viejos creyentes huyeron a China.
¿Cómo terminaron en Latinoamérica?
Curiosamente, la mayoría de los viejos creyentes llegaron a los países de América Latina no directamente desde Rusia, sino desde China donde ya se habían instalado. Cuando en 1945 el Ejército soviético terminó con el control japonés de Manchuria (China), casi todos los hombres rusos integrantes de esta comunidad religiosa fueron detenidos y deportados a la Unión Soviética. Varios años más tarde, tras la victoria de la Revolución Comunista en China en 1949, para las pocas familias que no fueron expulsadas ya era peligroso permanecer en ese país. Dejando casi todas sus pertenencias, en camiones y carros los seguidores de los antiguos rituales se trasladaban a la estación del tren más cercana para llegar a los puertos de Shanghai y Tianjin. Desde allí, algunos con y otros sin documentos, viajaban en barcos a Hong Kong, el lugar que usaban como el punto de partida a países lejanos. Se escapaban a Australia, Canadá, Oregón y Alaska en EEUU, mientras que algunos eligieron América Latina como su destino final. La mayoría de las familias que viajaban a Sudamérica primero iban a Brasil. Luego, algunas se quedaban allí y otras seguían a otros países del continente, como Uruguay, Argentina, Chile y Bolivia.
Fuente: Agencia Sputnik