Los rosarios se han convertido en una especie de amuleto para los adláteres del cura Juan Diego Escobar Gaviria, que está siendo sometido desde el martes a un juicio oral en el Tribunal de Juicios y Apelaciones de Gualeguay, por tres causas de corrupción de menores y una por abuso sexual, todas agravadas por su condición de miembro del clero.

Los debates son, según dispuso el tribunal, a puertas cerradas, y sólo se permite la asistencia de los fiscales acusadores Federico Uriburu y Dardo Tórtul, el querellante particular, Mariano Navarro, y al equipo de defensores de Escobar Gaviria, Milton Ramón Urrutia, Juan Pablo Temón y María Alejandra Pérez. A ellos logró sumarse Silvia Muñoz, única en el sector del público, mamá de R, el nene cuya denuncia por abuso abrió la investigación penal sobre el cura en la Unidad Fiscal de Nogoyá.

En la segunda jornada, declaran diez testigos propuestos por la Fiscalía, y al finalizar la tarde se espera que ya se hayan presentado en el debate los cuatro cargos contra Escobar Gaviria, gravísimos hechos de abuso en perjuicio de menores, ocurridos, según se presume, en la casa parroquial de San Lucas Evangelista, de Lucas González, un pueblo de 4.600 habitantes, a 133 kilómetros de Paraná.

El cura ingresa y sale de Tribunales fuertemente custodiado y lo hace por una puerta lateral de los Tribunales de Gualeguay. Está alojado en la Unidad Penal local, mudado del lugar adonde fue a parar el 21 de abril, la Unidad Penal de Victoria. Busca evitar todo contacto que no sea su abogado personal, Milton Urrutia, aunque en los debates empezó a tener activa participación. El primer día sólo mantuvo la cabeza gacha, y con un rosario entrelazado entre los dedos rezaba permanentemente.

Este miércoles, en cambio, tuvo un rol más activo. Se lo notó nervioso. “Nunca lo había visto transpirar tanto”, contó Silvia Muñoz, mamá de R, víctima del cura, luego de un cuarto intermedio en los extensísimos debates. “Yo sé que estaba nervioso, porque le miraba la pierna, y la movía constantemente”. No pudo mirarlo demasiado. La posición en la que quedó en la sala de audiencias, en el primer piso del edificio de Tribunales le impedía mirarle, por ejemplo, las manos. “No sé si tenía hoy el rosario, porque no le alcanzaba a ver las manos”.

Como fuere, lo que hizo hoy el cura fue escribir esquelas con preguntas o datos, que luego se los pasaba a sus defensores, para que estos preguntaran y repreguntaran al testigo de mayor relevancia que declaró hoy, durante dos horas: Alexis Endrizzi. El chico ingresó tenso y nervioso, y tropezó en los primeros minutos: se contradijo. Pero después pudo recomponerse, y empezó a contar de qué modo el cura abusó de él, desde los 11 años, cuando entró como monaguillo a San Lucas Evanglista.

 

Fue el testigo que abrió las testimoniales este miércoles.

–¿Cómo fue estar ahí adentro?

–Ufff. La pasé bien y mal. Bien porque descargué, y mal porque estos otros (por los defensores del cura) te abatatan con preguntas que vos ya respondiste. Y entonces la señora (por María Angélica Pivas, presidenta del Tribunal), le hacía notar a Urrutia que ya había hecho la pregunta, que no la repita. Y el mismo cura le decía eso. Decía: “Ya preguntaste eso”.

–¿Lo escuchaste hablar al cura?

–Lógico, lo tenía a un metro.

–¿Cómo fue verle la cara?

–No quise mirarlo. Lo vi que estaba sentado, pero no quise mirarlo porque ahí me iba a agarrar bronca o algo, y por eso no quise mirarlo. Me enfoqué en la señora y la miraba a ella nomás. A lo primero me sentía incómodo, pero una vez que empecé a reconocer las fotos (las pruebas que se presentaron, imágenes de la casa parroquial) ya respiré, y pude hablar un poco más tranquilo. Lo que pasa es que al hablar, estando nervioso, me contradigo.

–¿Pasaste momentos complicados ahí adentro?

–Sí, pero no quería llorar porque no iba a poder contestar nada. Y cuando salí, sí, lloré.

–¿Cómo lo notaste al cura?

–Estaba más nervioso que yo.

–¿Cómo te diste cuenta de eso?

–Porque miraba de reojo, y miraba que tenía la patita que le temblaba. Y yo me daba cuenta. Pero yo no quería mirarlo a la cara, porque si lo miraba no sé qué hubiera pasado: capaz que me largo a llorar, capaz que lo puteo, por eso me enfoqué en el tribunal.

Ahora, los debates continúan con el resto de las testimoniales, entre ellos, los de SAM, de 17 años, la quinta denuncia contra Escobar Gaviria que se conoció el último sábado. También lo hará su mamá, Sandra Mujica, que antes de ingresar al tribunal, lloró de impotencia y agustia, de bronca y dolor. “Llego nerviosa, sin dormir, sin comer, me duele el estómago y estoy preguntándome si esto pasó o no pasó”, dijo.

“Como mamá siento bronca. Yo lo mandé a mi hijo, yo lo obligué a ir a la iglesia, porque creía que era lo mejor, cómo no confiar en el cura”, explicó.

–Tu hijo había declarado el año pasado en cámara Gesell, y había negado, dijo que no sabía nada. Ahora, lo cuenta. ¿Te dijo por qué no quiso hablar antes?

–Se lo pregunté. Y me contestó: “Fue por vergüenza, mamá”.

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