El exministro de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, realizó este martes un discurso en el Vaticano en el marco de un congreso sobre «Derechos sociales y doctrina franciscana». Ante más de 50 jueces y juezas de toda América, incluidos unos 20 de Argentina, abrió la disertación explicando que expuso «un problema particular para llegar a una conclusión general» sobre los límites que plantea la exigibilidad judicial de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.

«Para esto me voy a referir a los Agrotóxicos en la República Argentina», anunció Zaffaroni para resaltar que hasta 2012 (última estadística) se emplean unos 40.000 metros cúbicos en el año que se aplican en los 25 millones de hectáreas cultivadas. El 75% total se reparte en tres cultivos y el 60% es solo de soja.

El exministro de la Corte Suprema de la Nación señaló que el monocultivo expulsa la población campesina, reduce la superficie de pasto natural para que coma el ganado (que se alimenta con granos) y que los plaguicidas generan tres derivas: La primaria es en el aire; la secundaria, en las horas siguientes y la terciaria que impacta en semanas, meses y años.

«La primaria cae sobre los Pueblo Fumigados afectando a unos 12 y 13 millones de personas generando daños genéticos, cáncer, trastornos y enfermedades de la piel», resaltó Zaffaroni en el Vaticano.

Luego de citar que en un 60% de los alimentos que consume la población argentina aparecen restos de plaguicidas: «al contaminar el suelo y las aguas, contaminan peces, afectan la fauna, destruyen colmenas y reducen la biodiversidad».

Además remarcó que el bosque nativo consume 360 milímetros de agua por hora, los pastos para ganado 130 por hora y los campos de soja solo 39 milímetros por hora. «Es decir que es el medio más eficaz para producir inundaciones a corto plazo».

Luego de recordar las violaciones de normas internacional y de la declaración universal reconoció la protección municipal que prohibieron la venta de agrotóxicos en Gualeguaychú y el fallo de los jueces entrerrianos que prohibieron fumigar, por tierra, a un kilómetro de las escuelas rurales y tres kilómetros por aire.

«Podemos evitar las consecuencias de la deriva primaria y secundaria pero ¿Qué pasa con la terciaria? Los jueces no podemos confrontar con lo que es un sistema, una economía, un programa agroexportador. Frente a derechos individuales es fácil prohibir: ‘Usted no debe torturar’. Ante derechos sociales es necesario imponer políticas. Es fácil en el caso de ‘entregue materiales para la construcción’, pero cuando nos encontramos con que para resolver la violación de derechos humanos, hay que imponer una política totalmente diferente, en un contexto, donde es un negocio fundamental, en un país ávido de divisas porque está endeudado ¿Qué es lo que podemos hacer? Se nos terminó el imperio. No podemos hacer cumplir la sentencia. Cuidado con esto, porque nosotros los juristas nos volamos para el lado del idealismo, la tradición filosófica católica es más bien realista, más cerca de Aristóteles que Platón. Nosotros nos volamos cerca de Platón, omnipotente hay uno solo, ni el derecho, ni la jurisdicción, tenemos límites».

«La frustración baja una depresión pero las sentencias tienen un valor simbólico calificado. El de crear la culpa, revelarles, ser la conciencia, ‘ustedes son los culpables aunque nosotros no podamos resolver los problemas’. El derecho es lucha», dijo y recibió un fuerte aplauso de sus pares.

UNO / El Entre Ríos

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