Mercedes Huck aprendió a transitar el dolor con esfuerzo y con terapia. Pero las heridas quedan: no cicatrizan.

La mamá de Pablo Huck, uno de los denunciantes del cura Marcelino Ricardo Moya, sometido a juicio oral en Concepción del Uruguay por abuso y corrupción de menores –el otro es Ernesto Frutos- declaró este viernes en el juicio, y espera, entre la tensión y la angustia, que el sacerdote sea condenado y que vaya a la cárcel.

Pero antes de pedir eso, que Moya esté tras las rejas, cuenta cómo fue el proceso que siguió cuando se enteraron de los abusos.

“No fue fácil –cuenta-. A nosotros, a mi esposo y a mí, nos costaba entender todo. Cuando lo supimos, enseguida pudimos entender las razones de algunas conductas de Pablo, de sus cambios en la secundaria, de su viaje para ir a estudiar a otra ciudad. Cuando lo supimos, lo importante era que la familia se tenía que rearmar. Tuvimos muchos períodos de charlas, de sanación, de pases de facturas, y la terapia nos ayudó. Nuestro objetivo era ayudar a Pablo. Teníamos que estar atrás de él, y luchar para que sea escuchado. Costó. Nunca dudamos de él. Desde el primer día le creímos. Y nos pusimos en esta lucha. Pablo nos dijo: ´Si yo hablo hoy es porque no quiero que le pase esto a otro chico´”.

El viernes Mercedes Huck estuvo frente al Tribunal de Juicio y Apelaciones de Concepción de Concepción del Uruguay, en el cuarto piso de un edificio gris y agobiante, un sitio desangelado y construido con el empeño de desagradar, y habló de lo que pudo, de lo que el cura Moya les produjo: del daño y del dolor.

-¿Cómo fue?

-Fue muy fuerte, muy movilizador. Traté de contar todo lo sucedido, todo el entorno de nuestro hijo en ese momento, el  rol del sacerdote en nuestra familia y en la sociedad. Mi relación con el cura. Yo era catequista, estaba dentro de la comunidad parroquial.  Pero todo esto a la luz de hoy. Porque nosotros no lo supimos hasta un tiempo antes de la denuncia en la Justicia. O sea, que mirándolo hoy, yo pude, a partir de mucho trabajo de sanación con la familia, cómo él tomó a los chicos más vulnerables del grupo. En ese momento, nuestra situación familiar no era la mejor. Y Moya fue eligiendo a los chicos con los que él hizo uso de su poder.

-Estaba como catequista en el mismo edificio de la casa parroquial donde el cura cometía los abusos.

-Eso me costó mucho tiempo de terapia. Y cuando lo cuento, me duele muchísimo. Nunca lo voy a entender. Cuando me enteré de todo, y empecé a pensar dónde estaba yo en ese momento, estaba ahí, en el mismo lugar. Era increíble. Yo estaba dando catequesis en un salón parroquial en la planta baja. Arriba de ese salón, estaba el dormitorio del sacerdote. Yo pensaba… no se puede entender. Yo estaba dando catequesis, llevando la palabra de Dios, como nos decía Moya, y él, arriba, estaba abusando de nuestro hijo. Eso, cuando lo supe, me dolía hasta los huesos. Me logré sanar. Pero lo recalco para que tengan idea del daño, el dolor y el delito que cometió este hombre.

-¿Cómo fue hablar de todo eso con su hijo?

-No fue fácil. A nosotros, a mi esposo y a mí, nos costaba entender todo. Enseguida pudimos entender las razones de algunas conductas de Pablo, de cambios en la secundaria. Pero lo importante era que la familia se tenía que rearmar. Tuvimos muchos períodos de charlas, de sanación, de pases de facturas, y la terapia nos ayudó. Nuestro objetivo era ayudar a Pablo.

¿Qué esperan de este juicio?

-Este es un momento muy esperado. Nosotros esperamos justicia. Siempre esperamos justicia. La justicia se concreta con una condena. Debe existir condena. Más allá que tenerlo en el banquillo ya es mucho. Pero tiene que haber una condena.

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