Un ex trabajador del Hogar de Menores “Manuel Alarcón” de Gualeguaychú brindó un crudo testimonio en el que cuenta cómo el abogado Gustavo Rivas usaba a los chicos alojados en la institución pagándoles para tener sexo. “Siempre sucedía los fines de semana, cuando estaba de guardia: sábados, domingos y feriados. Cuatro de los adolescentes, de unos 15, 16 o 17 años, salían recién bañados y bien vestidos con su mejor ropa, y volvían drogados a las dos o tres horas. Al preguntarles en una ocasión adónde se dirigían, uno de los chicos con los cuales había más confianza me dijo que iban a la casa de Gustavo Rivas. Decían que se iban a coger al viejo, y este hombre les daba una paga de 10 pesos con los cuales compraban una bolsa de cocaína”, relató. Respecto al modus operandi de Rivas con los menores, reveló que “iba uno solo que ingresaba a la casa, tenía relaciones con el hombre mientras el resto de los chicos esperaba en la plaza, ubicada a 20 metros, y luego entraba otro; se iban turnando”. “Los chicos contaban que era un hombre muy vicioso, insaciable, aunque ellos lo decían con otras palabras”, agregó. “Me pareció muy cruel de parte de este señor, que abusaba de esa enfermedad, de esa necesidad que tenían los chicos mientras todos los operadores del hogar teníamos una lucha constante para que los pibes salieran buena gente, buenas personas y que dejaran la enfermedad de la droga. Este hombre les acrecentaba su cercanía con la droga”, afirmó. Especificó además que la situación se repitió durante “unos dos meses”, que los chicos lo tomaban «como una gracia, como una travesura», y también dijo haber advertido la situación al encargado del hogar, que era su superior inmediato.
En declaraciones realizadas al programa televisivo Fuera de Juego (Somos Gualeguaychú), que conduce Daniel Enz, el testigo contó que trabajó para el entonces Consejo del Menor en “en 2007 y 2008, en el proyecto denominado “La Casita” destinado a chicos que no tenían familia o dónde vivir y donde recibían contención afectiva, psicológica, nutricional”. El número de chicos que residían en el lugar variaba entre cinco y 12 menores.
Relató que “los chicos más grandes podían salir y hacer su vida social lo más libre que se podía, porque era un lugar de puertas abiertas, siempre y cuando se pudiera supervisar adónde iban o donde estaban”. “En un momento cuatro de los chicos adolescentes, de unos 15, 16 o 17 años, salían recién bañados y bien vestidos con su mejor ropa, y volvían drogados a las dos o tres horas, y eso me llamó la atención porque para bañarse siempre había que obligarlos y en esas ocasiones lo hacían motu propio”, rememoró.
Aseveró que esta situación “siempre sucedía los fines de semana, cuando estaba de guardia: sábados, domingos y feriados”. “Al preguntarles en una ocasión adónde se dirigían, uno de los chicos con los cuales había más confianza me dijo que iban a la casa de Gustavo Rivas, a quien yo no conocía personalmente. Decían que se iban a coger al viejo, y este hombre les daba una paga de 10 pesos con los cuales compraban una bolsa de cocaína”, relató crudamente.
“De esa forma obtenían la droga, y me pareció muy cruel de parte de este señor, que abusaba de esa enfermedad, de esa necesidad que tenían los chicos mientras todos los operadores del hogar teníamos una lucha constante para que los pibes salieran buena gente, buenas personas y que dejaran la enfermedad de la droga. Este hombre les acrecentaba su cercanía con la droga”, afirmó.
Sostuvo que el momento de enterarse “lo primero que se hizo fue un acompañamiento”. “Como cuestión humana me sorprendió, me chocó porque el chico me lo contó como una gracia, como una travesura”, señaló el testigo, quien resaltó además que el menor “tenía 17 años y una historia de vida muy compleja, que transcurrió en diversos albergues de menores con mucha violencia, con ausencia de los padres y vulnerado totalmente”.
Respecto al modus operandi de Rivas con los chicos, reveló que “iba uno solo que ingresaba a la casa, tenía relaciones con el hombre mientras el resto de los chicos esperaba en la plaza, ubicada a 20 metros, y luego entraba otro; se iban turnando”. “Los chicos contaban que era un hombre muy vicioso, insaciable, aunque ellos lo decían con otras palabras”, agregó.
También contó que ante la revelación de los menores, habló con ellos: “Les dije que estaba mal, les pregunté si estaban seguros de lo que hacían, que no estaba bueno, pero como lo tomaban para la risa, como una travesura, no me dieron importancia, y recurrí al encargado de La Casita de nombre Martín, quien se mostró muy preocupado y me dijo que iban a tomar medidas”.
“Después de eso no me enteré de más nada. Le avisé a quien debía avisarle que era mi superior inmediato, y no sé hasta donde llegó, cómo fue la situación porque algunos temas los trataban solamente los profesionales”, reseñó el hombre, quien no pudo recordar si sus dichos quedaron asentados por escrito.
Dijo además que percibió esta situación “durante unos dos meses, en que los fines de semana hacían sistemáticamente esto de bañarse y salir durante las tardes, y antes de la noche ya estaban de regreso, bajo los efectos de alguna droga, alterados en sus actitudes” y mencionó que “esa actitud sistemática de la preparación de los chicos y que se iban a esa casa se fue diluyendo y olvidando”.
Respecto de la falta de acciones de las autoridades del hogar ante el conocimiento de la situación, afirmó: “Nunca más, nadie, me preguntó lo que sabía. Le hice el relato a mi superior y lo dejé en sus manos, porque así se hacía cuando no había elementos para actuar, pero sí los tenían desde la jerarquía. Muchas veces no nos enterábamos cómo se procedía porque nosotros teníamos limitaciones y para eso estaban los profesionales. No sé hasta qué punto no se tomaron medidas porque en algún momento dejaron de ir”, sostuvo.
También recordó haberle contado de toda la situación a una compañera, operadora del hogar de quien tampoco recordó el nombre, quien minimizó la situación y le respondió: “Todos sabemos quién es Gustavito”. “Lo tomó como una cuestión normal”, lamentó.
“Me quedó la mala sensación de cómo un señor entre comillas, que siempre estaba en los actos políticos, los actos públicos, que en un futuro quizás tendría un monumento o una calle con su nombre, que se lo veía como un gran señor especialmente en un sector de la sociedad, en el centro, porque en el barrio nunca fue referente de nada, pudiera hacer estas cosas y que todo el mundo lo tomara como algo normal”, reflexionó.
“En nuestro trabajo había una cuestión humana, de rescatar chicos casi de la calle y especialmente en sacarlos de la droga. Era una lucha diaria importante, y todo el grupo de cuidadores y del Consejo del Menor había una línea de esforzarnos al máximo para que pudieran salir de la droga, estudiar, tener un trabajo; mientras este tipo causó ese daño. Contar esto me libera, de poder contar esto que estaba en los cajones del recuerdo”, señaló.
Por otra parte, dijo que actualmente suele ver a estos chicos pero admitió: “Después de 10 años, cuando ellos seguramente ya tienen su familia, no es fácil plantearles la situación”. De todos modos, consideró que “en algún momento ellos mismos van a buscar pronunciarse; creo que es cuestión de tiempo que esto se vaya conociendo y vayan tomando valentía para pronunciarse”. (Análisis)