Según consta en el expediente, la entregaba ‘bañada y limpita’ para que sea sometida por estos hombres, a cambio de continuar en un propiedad del Quinto Cuartel, en Victoria, que éstos le prestaban para no quedarse en la calle.
Se develaron escabrosos detalles de un caso de sometimiento y abuso sexual registrado en la localidad de Victoria, donde padre e hijo, en forma alternada y haciendo uso de sus ventajas de propietarios de una chacra, abusaban sexualmente de una niña que en 2011 tenía 14 años, ya que era entregaba ‘bañada y limpita’ por su propia madre para que sea sometida por estos hombres, a cambio de continuar en la propiedad del Quinto Cuartel donde le prestaban la casa para no quedarse en la calle.
Esta extorsión fue denunciada por la joven (a quien en adelante llamaremos solamente María para preservar su identidad) primero ante un minúsculo círculo escolar, luego tomó estado judicial involucrando a la Defensoría de Menores, y tras un pormenorizado análisis que sumó a un equipo interdisciplinario entre los que se cuentan psicólogos y psiquiatras, la Unidad Fiscal logró reunir elementos probatorios para imputar a Raúl Francisco Benítez y a su padre Raúl Benjamín Benítez por abuso sexual, ‘con acceso carnal en el primer caso’, y ‘simple en forma reiterado’, respectivamente.
Si bien Paralelo 32 pudo saber que en los últimos días hubo apelación al dictamen de la Cámara en lo Criminal con asiento en la ciudad de Gualeguay, la sentencia que aún no está firme le asigna al primero de los mencionados una pena de 6 años y medio de prisión, 2 años de cumplimiento efectivo al segundo, y 3 años en suspenso a la madre de María, ésta última por ‘cooperación en abuso sexual’.
El comienzo del calvario
Todo comenzó cuando Benítez le prestó al padrastro de la menor esta casa de la chacra, donde siguió criando animales y por tal motivo visitaba regularmente el lugar junto a su hijo, e incluso prestaba otra parcela para una huerta. En ese contexto, entre el corral y el manejo de animales, se fueron precipitando diálogos subidos de tono que luego pasaron a manoseos y finalmente el abuso carnal reiterado.
Se le atribuye a la madre haber cooperado con el hijo de Benítez, a quien se consigna como ‘Raulito’, para que este pudiera abusar sexualmente a la adolescente, en contra de su voluntad, y propiciaba que los encuentros continuaran produciéndose, «haciendo ‘entrega’ de su hija al nombrado Raúl Benítez ‘adecuadamente’ bañada y limpia». A cambio «se les permitía seguir viviendo en la chacra, más regalos que le habría realizado Raúl Benítez como contraprestación por los actos de abuso que realizaba en perjuicio de la menor», puede leerse en el expediente al que accedió Paralelo 32.
Los testimonios de sus compañeras de escuela relatan cómo la adolescente expresaba su disgusto cuando pronunciaba el apellido Benítez, como si la sola articulación del nombre evocara en ella las vejaciones más frustrantes. Asimismo, María también le contó lo sucedido a una maestra de la escuela a la que concurría en ese momento. Sumado a todo esto, aclaró que la primera vez que fue obligada a tener relaciones con Benítez hijo fue en un auto que le pertenecía al padre de éste. Lo ominoso de la situación es que su propia madre, quien se supone debía defenderla, la invitaba a que saliera a pasear con él, hecho que la menor interpretaba como si fuera un «tomá, te la regalo». Incluso, indica que su madre sabía que ella no quería ir con Raúl Benítez y que cuando, una noche, le dijo lo que éste le había hecho, respondió: «¡Dejame dormir, andate!», sabiendo que era una respuesta forzada ya que estaba despierta esperándola.
El secreto revelado
En la causa también se tomó testimonio a una agente sanitaria, que concurría a la escuela donde María asistía, y al saber lo que acontecía de boca de la maestra, encaró al propio Benítez -propietario de una carnicería en calle Montenegro, aunque no se especifica si allí ocurrió la pregunta- por los abusos, «él se le rió en la cara y le dijo que hiciera lo que quisiera, total él era intocable». Incluso Benítez le habría dicho que los vecinos estaban al tanto.
Tras la denuncia, María fue traslada al Hogar de Niñas María O. de Basualdo que en aquel tiempo era el lugar de resguardo de víctimas, mientras se sustanciaba la investigación que arrojaría la corresponsabilidad de los Benítez y de la propia madre de la menor abusada, quien al saber que su hija había hablado de los abusadores, le envió una carta al Hogar, diciendo que la amaba y lamentaba todo lo sucedido, pero también dándole a entender que no hablara más de la cuenta.
Otro que dio su versión fue el padrastro, quien calificó de buen hombre a Benítez, destacó su predisposición y advirtió que esta historia era «tramada» por la maestra. Sin embargo este testimonio pierde fuerza con los informes del equipo interdisciplinario mencionado, ya que un testeo por cámara Gessell en el que su expresión gestual resalta pudor, vergüenza y ansiedad, concluye que: «las expresiones de la menor son genuinas en sus decires, sin observarse indicadores de influenciabilidad de terceros…».
En todo este desarrollo también aparecen involucrados indirectamente los hermanos de María, a quienes ésta intentaba proteger y que también habían empezado a ser manoseados en sus partes pudendas. Un hecho más de extorsión que figura en el expediente es que Benítez padre, le prometía a la joven que si se ‘portaba bien’ y accedía a sus impulsos, le dejaría esa parcela para ella y los suyos.
Otra descripción que llamó la atención y despertó el alerta en los agentes sanitarios, sobre todo, fue el estado de abandono y falta de higiene de los niños en la casa, mencionando que en varias oportunidades que la visitaron en invierno, los encontraron desprovistos de calzado, mal aseados y con piojos. Exacerbando este cuadro un día en que llegaron y el padrastro ?quien en ese momento se desempeñaba en el Corralón Municipal como sereno? estaba comiendo ‘como rey’ y los niños no, ante la pregunta de los agentes sobre sí ya lo habían hecho los niños, la madre contestó que estaban ya por ir a la escuela, sin embargo esta afirmación no coincidía con lo que se podía observar, y así lo hicieron constar en el expediente.
El hijo compareció negando toda acusación, resaltó además que tenía un trato desapasionado con la víctima, que no pasaba más de un ‘qué tal’ o ‘buen día’, al punto de mencionar que ni siquiera miraba a la casa en ocasiones. Cuestión que el padre repitió curiosamente, y agregó: «jamás permitiría que pasara dentro de mi propiedad eso».
Padre e hijo nunca se habrían cruzado en esta conducta, por lo que puede deducirse de las declaraciones vertidas, pero el cuidado era extremo hacia el afuera. En un pasaje de la acusatoria se afirma que el hijo se cuidaba con preservativos para evitar cualquier incidente ligado a un embarazo no deseado. (Paralelo 32)