Trastornos de ansiedad, insomnio y demencia son los más habituales, según un estudio de la Universidad de Oxford. También se observó una “bidireccionalidad”: los padecimientos mentales aumentan en un 65% las probabilidades de contagiarse SARS-CoV-2.
A casi un año de su posible origen en Wuhan, China, el coronavirus ha causado una miríada de problemas en el mundo: más de 1,3 millones de muertes y casi 55 millones de casos, saturación de los sistemas de salud, crisis económica, desempleo, interrupción de las clases en las escuelas y postergaciones en el cuidado de otras enfermedades graves, entre ellos. De ellos se han derivado otros, de orden psicológico, ante el imperativo de lidiar con un entorno súbitamente transformado: angustia y depresión entre los más salientes. Ahora, además, se comprobó que el vínculo entre el COVID-19 y los problemas de salud mental va más allá de lo general y es intrínseco: un estudio de la Universidad de Oxford halló que las personas que sufrieron la infección mostraron un riesgo mayor de desarrollarlos, al punto que el 18% de ellos presentó algún síntoma en los 90 días posteriores.
Publicado en Lancet Psychiatry, el trabajo de Paul Harrison (profesor del Hospital Warneford y el departamento de psiquiatría de la Universidad de Oxford) analizó las historias clínicas de 70 millones de pacientes en los Estados Unidos, entre los cuales 62.354 habían sido diagnosticados con COVID-19 desde el 20 de enero al 1 de abril, sin necesidad de hospitalización. Harrison y sus colegas compararon la evolución de estas personas con la de otras que sufrieron otras seis enfermedades diferentes: gripe, otros problemas en el tracto respiratorio, cálculos renales, cálculos biliares, infecciones cutáneas y fracturas. “Encontraron que la probabilidad de que un paciente de COVID-19 fuera diagnosticado con un problema nuevo de salud mental fue dos veces mayor”, analizó el MIT Technology Report.
Esa gran cantidad de pacientes —casi la quinta parte de los 62.354— que recibió por primera vez un diagnóstico de salud mental se concentró entre los 14 y los 90 días posteriores al contagio del SARS-CoV-2. En su mayoría sufrieron trastornos de ansiedad, insomnio y demencia.
En el caso de las personas que ya antes de sufrir COVID-19 habían manifestado algún problema como déficit de atención con hiperactividad, trastorno bipolar, depresión o esquizofrenia, se observó otro fenómeno, diferente pero complementario en el cuadro de las posibles consecuencias mentales de esta enfermedad hasta ahora desconocida: tenían un 65% más de probabilidades de ser diagnosticadas con el coronavirus.
El estudio en Lancet Psychiatry describió: “A partir de una amplia red de historias clínicas electrónicas del nivel federal de los Estados Unidos, hallamos que los sobrevivientes de COVID-19 tienen una tasa significativamente más alta de trastornos psiquiátricos, demencia e insomnio. También hallamos que una enfermedad psiquiátrica previa se asocia de manera independiente con un riesgo más alto de recibir un diagnóstico de COVID-19”.
Esta “bidireccionalidad” del SARS-CoV-2 y los padecimientos mentales, como la llamaron los investigadores, implica entonces, que hace falta contar con “servicios listos para brindar atención”, dijo Harrison al sitio de la universidad, por un lado; por el otro, que “tener un trastorno psiquiátrico se debería agregar a la lista de factores de riesgo de COVID-19”, según añadió una coautora de la investigación, Maxine Taquet, investigadora de Oxford.
Existe una bidireccionalidad entre el coronavirus y los problemas de salud mental: los infectado tienen una tasa más alta de trastornos de ansiedad, demencia e insomnio y las personas con una historia de problemas psiquiátricos tienen un riesgo más alto de recibir un diagnóstico de COVID-19. (Shutterstock)
Un elemento que Harrison y su equipo subrayaron con preocupación es que ese 18% de incidencia de padecimientos de salud mental en las semanas posteriores a una infección del nuevo coronavirus es “una cifra estimada mínima”. Es decir que podría, en realidad, haber muchos más casos. “Primero, habrá pacientes que no han manifestado [síntomas] o recibido un diagnóstico”, advirtieron. Y en segundo lugar, “los pacientes podrían buscar atención médica en organizaciones que no se incluyen en la red [federal estadounidense estudiada]”. Otras razones, estadísticas, sostienen esas dos consideraciones.
Hace meses que se teme que la crisis mundial del coronavirus podría causar un aluvión de problemas como angustia y depresión. “Sabemos por pandemias anteriores que las dificultades de salud mental suelen presentarse en los supervivientes, y este estudio muestra el mismo patrón después del COVID-19, por lo que no es inesperado”, dijo Til Wykes, vicedecano del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia de King’s College, Londres, a la publicación del MIT.
Al interpretar el estudio, en el que no participó, Wykes encontró la confirmación de esas posibilidades: “Esta es claramente la punta del iceberg. Necesitamos desarrollar tantas formas de asistencia a la salud mental, diferentes y accesibles, como sean posibles”.
Los datos de la investigación mostraron “mayores diagnósticos en todas las categorías de los trastornos graves de ansiedad —siguió el artículo en la división de psiquiatría de The Lancet—, y por ahora no está claro si la ansiedad post-COVID-19 tendrá un perfil particular, similar a lo que sucede con el trastorno por estrés postraumático». También las tasas de insomnio resultaron “marcadamente elevadas, en concordancia con las predicciones sobre perturbaciones de los ritmos circadianos después de una infección de COVID-19″. En cambio, no se observaron señales de aumento en los trastornos psicóticos.
Para Harrison y su equipo resultó “preocupante” el incremento “entre dos y tres veces del riesgo de demencia luego de una infección de COVID-19”. Parte de ese aumento podría reflejar en realidad “casos de delirio mal diagnosticados, o deficiencias cognitivas transitorias debidas a eventos cerebrales reversibles». Es difícil, ya que al haber excluido los primeros 14 días posteriores al contagio —el estudio abarcó desde la tercera semana hasta un total de tres meses— se redujo esa posibilidad, observaron los investigadores. Ademas, “la incidencia de la demencia no fue mayor entre los pacientes hospitalizados (que son más propensos a tener delirios) que entre los pacientes ambulatorios, lo cual sugiere que el diagnóstico erróneo de delirio no explica este hallazgo”.
Por último, al equipo de Oxford le sorprendió que “los antecedentes psiquiátricos fueran un factor de riesgo de COVID-19 en sí mismos”. Pero los datos son robustos al respecto: una relación del 65%, en los dos sexos y en todas las edades. El resultado se mantuvo estable aun al hacer ajustes por cuestiones socioeconómicas, como vivienda o ingresos. Si bien esto contradice un estudio coreano en el que se descartó la asociación entre el diagnóstico psiquiátrico y el diagnóstico de COVID-19, recordaron, estimaron que entre las explicaciones posibles se cuentan los factores de conducta (por ejemplo, menos respeto por las recomendaciones de distancia social), estilos de vida (por caso, tabaquismo) y también el estado pro-inflamatorio que causan algunas medicaciones psicotrópicas que son parte del tratamiento de algunas de estas personas.