¿Tanto cuesta hacer las cosas en forma correcta?

Casi todo lo que ocurre hace años en la Argentina, es mediocre, violento y trágico. No hay un instante en que no mostremos nuestras miserias y ambiciones desmedidas. No importa cómo, la dignidad no vale nada, los principios y convicciones tampoco. La gauchada es un cuasi delito, el tráfico de influencias, el nepotismo, el acomodo es moneda corriente, cualquiera opina de todo. También hemos perdido el respeto a la autoridad, a nuestros semejantes, a la investidura. Se dictan leyes a modo y semejanza de los propios intereses del grupo gobernante y no de los intereses del pueblo argentino. Vivimos en un contexto de caída libre de credibilidad en quienes ocupan los resortes del poder. La gestión constitucional presidencial a través de sus discursos -casi permanentes- es mendaz y superficial. Su imagen en todas las encuestas es negativa por sus declaraciones que no condicen con la realidad; dice, se desdice, está caminando por un sendero demasiado resbaladizo.

Está claro que Alberto Fernández está pasando por su peor momento, no solo dentro de su propio frente político sino con la mayoría de la ciudadanía que no sabe en qué y en quien creer. No pierde oportunidad, en sus declaraciones públicas, casi cotidianas, para profundizar la grieta, culpando de todos los males, a la oposición, que tampoco es muy valiente y lúcida. Ni siquiera tiene un plan de gobierno para proponer.

En paralelo, las grandes cadenas mediáticas hacen lo suyo, escarbando en las heridas que nuestra sociedad tiene hace tiempo.  Estamos hartos de escuchar a “expertos” hablar de la Pandemia, de la cual casi nada sabían de su existencia y que nos hablan con una versación significativa. Una cuestión grave que nos angustia cada día con un relato que ni ellos mismos –los que saben- tenían conocimiento del COVID 19. La inexperiencia en el tema y la infaltable especulación política provocaron que se tomaran decisiones equivocadas.

Mientras tanto, la mayoría de la oposición parlamentaria nacional, critica, pero no tanto. ¿Por qué? Porque sus declaraciones son fuertes para que escuche “el pueblo”, pero baja el tono cuando dialoga con el gobierno. Desde otro lugar los gobernadores oficialistas que son 20 sobre 24, lo defienden al Presidente, muy tenuemente, sin énfasis, sin poner todo el cuerpo para apoyarlo.

Un diputado nacional señaló que “Es muy difícil creer en la Argentina cuando el presidente es un mentiroso compulsivo”.

Sabemos que hay funcionarios y dirigentes peronistas que están muy molestos con el gobierno que integran o apoyan, aunque lo disimulan, por la forma que el Presidente “resuelve” los temas que nos atañe a los argentinos.

Un colega de alcance nacional, me recordó que Alberto Fernández en su reciente alocución al Congreso de la Nación expresó que “en las redes sociales, los diarios y la tele nos enredan en debates que no son importantes y nos obligan a desatender lo que es importante”.

Son demasiados frentes abiertos para una Argentina cansada y angustiada por la grave crisis que profundizó la Pandemia: decenas de miles de argentinos sin trabajo y sin futuro; decenas de miles de comerciantes fundidos y sin futuro; cientos de miles de argentinos por debajo de la línea de pobreza, vulnerables sin techo, sin trabajo, sin educación, sin salud, pero que cobran una sumatoria de subsidios del Estado (verdadera y eterna fábrica de pobres), cuya sumatoria va desde un dinero mensual equivalente a la mínima y hasta el doble de lo que cobra un jubilado que aportó toda su vida laboral en su empleo con relación de dependencia.

Sin ser economista, sabemos que la inflación constante, la escasez de divisas, la falta de inversiones productivas, la fuerte presión fiscal a quienes producen, la tarifa de los servicios por las nubes y  la restricción energética, son hechos que se repiten en forma continua y que nos lleva a reconocer que somos un país desarticulado desde lo institucional, casi sin bienes públicos, pero donde una mayoría enorme de la clase dirigente y de la población cree que el Estado debe y/o puede ocuparse de todo. Lo peor es que sostiene esa creencia a pesar de que tenemos un Estado que hace tiempo es inviable porque es infinanciable.

Vale la pena recordar que, de los últimos 70 años, solo en 13 tuvimos inflación de un dígito y que los precios en el primer bimestre del año subieron más que la inflación anual del 85% de los países que hoy existen (150 de un total de 175).

En otra columna de mi autoría (en la Revista X-MÁS nº 59) me hice eco de una opinión que analizaba que nadie “… padece el nivel de dilema que tienen los argentinos, el país se angustia por lo que prefiere. No hay drama mayor para una nación que vivir en permanente frustración por lo que no son otra cosa que las consecuencias de sus preferencias, las cuales constituyen una encerrona muy difícil de salir…La Argentina tiene un problema médico, un problema de orden psicológico profundo que le impide resolver la cuestión de fondo. ¿Cuál es ese problema? Bueno, hay que decirlo, esa preferencia no es otra que la pobreza. Lo cierto que lo que culturalmente predomina, es una oposición a la riqueza…La corriente mayoritaria que emerge desde las entrañas más profundas de la cultura nacional, consiste en una resistencia impenetrable contra la riqueza, contra la idea de ser rico. Recordemos que el Papa Francisco declaró el año pasado que “la riqueza es el estiércol del diablo” …Lo que quiso decir es que la riqueza es un pecado… En realidad, la riqueza que los argentinos repugnan es la que se produce como fruto del éxito lícito…en la vida laboral legal”.

La verdad es que el Presidente ha demostrado que no da la talla, hasta parece y es, un gobierno aislado, confundido, peleado y que no tiene diálogo con la oposición.

Su discurso al congreso nacional estuvo ausente de verdades, dividió las aguas y atacó a los periodistas. Da toda la sensación que quien se viste todos los días con el traje de Presidente de la República, es otra persona. Los más sorprendidos son aquellos que lo votaron.

El Foro de Periodismo Argentino recuerda que los periodistas no son los medios ni sus empresas y que la estigmatización del periodismo por parte de las más altas autoridades del país es un mecanismo de limitación de la libertad de expresión y una práctica propia de gobernantes autoritarios. Cabe agregar que en los últimos meses hubo intimidaciones, golpizas y detenciones de periodistas en provincias como Formosa, Río Negro, Tucumán, Chubut y Catamarca, etcétera. Salvo las instituciones que agrupan a medios periodísticos en todas sus vertientes, no se han escuchado voces repudiando los hechos de instituciones que aglutinan a empresarios, industriales, Pymes, sindicatos, universidades, etcétera.

No hay que olvidar nunca que el rol de la prensa libre es la columna vertebral del sostenimiento de una democracia republicana, representativa y federal.

Una leyenda del periodismo norteamericano, Marty Baron sostuvo en una entrevista que “…mucha gente no busca estar informada; busca ser afirmada. Muchos quieren medios de comunicación que afirmen su punto de vista preexistente. Quieren que los medios les digan que lo que ya piensan es exactamente correcto. Eso es diferente de estar informado, de aprender cosas que no sabías, o que la prensa te diga que lo que pensabas que era cierto podría no serlo o cambiar tu forma de pensar sobre las cosas. La información te hará pensar con mayor profundidad. Pero para eso necesitamos una sociedad que quiera estar informada, no una que quiera ser afirmada. Y necesitamos una profesión que considere que su misión es informar a las personas, no afirmarlas…En la actualidad, existe un mercado para los medios que ven la oportunidad de ganar dinero afirmando los puntos de vista preexistentes de las personas de derecha e izquierda. Y algunas de las cosas que están afirmando son teorías de conspiración salvajes, extrañas y sin fundamento. Ese es un problema real. Pero no solo la prensa debe lidiar con eso. Es la carga de la sociedad en general”.

Está claro que Alberto Fernández, perdió el rumbo y la oportunidad de convocar con autenticidad a un acuerdo nacional para combatir la Pandemia. Hizo todo lo contrario, aceptó los designios de su vicepresidenta, de mantener vigentes las antinomias que dividen a los argentinos.

Es una gran pena para todos nosotros, que crédulos o no, esperábamos que respetara la institucionalidad de la República y la vigencia de los valores democráticos.

Lo leo al citado colega y pienso que será de Entre Ríos en el mediano y largo plazo. Podremos revertir este sistema que nos imponen los políticos de cualquier partido. ¿No llegó la hora de reformar la Constitución nacional y reemplazar el presidencialismo por un gobierno parlamentario y federal? Como también descentralizar de una vez por todas y para siempre el poder central, en al menos tres provincias argentinas. Sí, tenemos que hacer una división de poderes territorial; como también aprobar una ley que obligue a la provincia de Buenos Aires a dividirse en 3 o 4 o 5 provincias. ¿Por qué tenemos que ir a pedir dinero al gobierno nacional? ¿Cuándo vamos a tener una ley de coparticipación federal de impuestos en forma automática, sin injerencia del Poder Ejecutivo argentino? ¿por qué el individualismo prima en los argentinos? Lo cierto es que dejé de creer… ¿y Usted?

Por Roberto Trevesse, Análisis Digital.

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