Eran las 10,15 del jueves 4 de julio cuando golpeé con los nudillos la enorme puerta principal de la Unidad Penal 6 de Mujeres de Paraná. Enseguida, una integrante del Servicio Penitenciario abrió apenas un rectángulo, una especie de mirilla, y me preguntó qué necesitaba. “Quisiera visitar a una interna”, le respondí. Sin mediar más palabras, me hizo pasar.

-¿A quién quiere ver?

-A Gabriela Alejandra Francia.

-¿Usted está en la lista de visitas?

-No, no estoy en ninguna lista. Ella no sabe que estoy acá y no sé si me ubica.

– Va a tener que esperar a que la consultemos, que ella decida si quiere recibirlo.

La agente levantó el tubo de un teléfono fijo, se comunicó con otro sector de la cárcel y minutos después llamó a un efectivo para que me hicieran el cacheo. Recién ahí caí en la cuenta de que había aceptado recibirme.

De inmediato, tuve que despojarme de mi teléfono celular y las llaves del auto. Una hoja de papel doblada en el bolsillo de la camisa y una birome, además de la memoria, fueron los únicos elementos que me quedaron para registrar lo que sucedería de allí en más.

Me guiaron hasta un enorme salón. Calculo que tendrá no menos de 7 metros de fondo. Contra la pared hay bancos y sillas y, en el medio, un gran espacio vacío, sólo poblado por una corriente de aire invernal que calaba los huesos en uno de los días más fríos del año.

Ni bien atravesé la puerta, la mujer de la que se habla en Concordia desde su detención el 8 de Junio vino a mi encuentro. Vestía calza gris y campera deportiva negra, debajo de la cual dejaba asomar una remera fuxia, un color alegre que contrastaba con los tonos grisáceos del servicio penitenciario. Su cara estaba desprovista del prolijo maquillaje que luce en las fotos publicadas en su cuenta de Facebook.

Me saludó con manifiesta cordialidad, como si se alegrara de recibir una visita imprevista. Me invitó a sentarme en un banco, mientras ella acomodaba una silla para que quedásemos uno frente al otro. En sus manos aferraba dos cuadernos Rivadavia, de color rojo, con anotaciones hechas apelando a una excelente caligrafía y extrema prolijidad.

n una de las páginas tenía anotados los días que llevaba en la cárcel. En cada renglón, una fecha. Cuando ya llevábamos casi dos horas dialogando, contó uno por uno los renglones. “Llevo 23 días en la prisión”, concluyó, dando a entender que le parecía una eternidad el tiempo transcurrido desde aquel sábado de junio cuando la Policía Federal irrumpió en su casa y, de allí en más, nada en su vida sería como antes.

 

“Pensé que eran ladrones”

“Gabriela, yo soy periodista -le dije al presentarme-. Desde ese rol, he informado sobre tu detención, de qué se te acusa y también lo que los investigadores de la Policía Federal creen haber descubierto acerca de tu papel en la banda. Estoy acá para ofrecerte la posibilidad de que te expreses y se pueda escuchar tu versión de la historia. Yo no soy juez, no condeno ni absuelvo, pero sí puedo y debo escucharte, siempre que quieras decir algo. No estás obligada”.

No hizo falta ninguna respuesta formal para darme cuenta que aceptaba el desafío. Ni siquiera necesité disparar la primera pregunta. “De la causa no puedo decir nada”, aclaró, y, de inmediato, comenzó a revivir con lujos de detalles el momento en que los policías llegaron a su casa de calle Diamante.

“A las 8 de la mañana aproximadamente escuchamos un estruendo en la puerta. Mi hijo de 9 años estaba con nosotros y mi hija de 13 no, porque había quedado en casa de una amiga. Veo por la ventana a una persona apuntando con un arma hacia la puerta y con un gorro que le cubría la cara. Pensé que eran ladrones, porque no divisé los uniformes”, contó.

Gabriela Francia se expresa muy bien. Apasionada de la fotografía, bien podría decirse que sus descripciones tiene algo de “fotográficas”. Una y otra vez nombres de dirigentes de la política concordiense con quienes ha compartido su camino militante. Una y otra vez incurre en digresiones destinadas a dejar en claro algunas cosas: su estrecho vínculo con Enrique Cresto y Leticia Ponzinibbio; el dolor y la indignación que le provocó que ambos la “nieguen” y no la hayan ido a visitar; la excelencia profesional y humana de su esposo y de toda su familia; y el origen de sus ingresos.

Ni bien terminó de describir la escena traumática cuando ella y su esposo le dijeron a la Policía Federal que no hacía falta que rompieran las puertas, que iban a abrirles y podrían revisar cuanto quisieran, Gabriela creyó necesario explicar -sin que se lo pidiera- cómo su familia había llegado a adquirir esa vivienda. “La compramos hace poco a buen precio. La dueña era una chica que estudia medicina y su novio es de Rosario. Invertimos los ahorros de toda nuestra vida”.

“La Policía Federal nos pidió disculpas por el modo de ingresar, nos explicaron que era el procedimiento que estaban obligados a utilizar”, prosiguió, regresando imaginariamente al allanamiento. “Cuando se dieron cuenta la clase de familia que somos y que no teníamos nada que ocultar, nos trataron muy bien, nos pidieron que esperáramos tranquilos, que desayunáramos mientras ellos revisaban. El allanamiento terminó a las 14:30. No encontraron nada. Nosotros ni conocemos la droga. Somos una familia de vida sana ligada al deporte”, aseveró.

-¿Se llevaron algo?

-Una computadora de escritorio que tiene los recuerdos de toda mi vida, incluidas imágenes de mi madre que falleció de cáncer. También una notebook de mi hija, que es muy buena alumna del Colegio Mitre. Dos autos, un Toyota Corolla 2013 y un Clío que no recuerdo si es 2012 o 2013. Además, se llevaron cuadernos donde tenía anotaciones de mi trabajo, de las expos que organizaba y de tantas actividades. Hace 10 años que trabajo para Enrique Cresto y su esposa Leticia Ponzinibbio. ¡10 años en que no tuve ni fines de semana ni feriados toda vez que ellos me necesitaron y ahora me niegan diciendo que fui una simple colaboradora!”.

Fue esa la primera de numerosas oportunidades en que nombró a los Cresto. Más adelante, rememoró con lujo de detalles cuándo y cómo los conoció, en qué consistió su trabajo militante, cuál fue su relación laboral con la Fundación Conased, el Inaubepro y la Municipalidad de Concordia, a la que -aseveró- le facturó mes tras mes desde el 10 de Diciembre de 2015, fecha en que Enrique Cresto asumió la intendencia.

 

“Mi marido es una excelente persona, sus alumnos lo aprecian”

Gabriela Francia recordó que los federales también se llevaron documentación de su esposo. Fue la excusa para referirse a él:

Mi marido, Juan Pablo Solari, es Ingeniero en Alimentos”, resaltó. “Tiene varios ingresos. Es profesor en la UNER y en la UTN. Trabajó en Baggio, Dos Hermanos y EGGER. En todos esos lugares, el concepto que tienen de él es excelente. Fue Secretario Académico en la gestión como decano de Hugo Cives, que es su padrino. También asesora a una empresa de Juan Sersewitz en el Parque Industrial de Concordia”, agregó.

Más adelante, volvió a mencionar a su pareja: “Estoy muy angustiada por él. Estaba a punto de titularizar la cátedra de Termodinámica. Era muy importante para él. Es una excelente persona, los alumnos lo aprecian. Me preocupa cómo estará en la cárcel de Gualeguaychú. Sé que no la está pasando nada bien…”

“Juan Pablo -insistió- es un hombre de trabajo que llevaba a los chicos a las escuela a las 7 y a veces volvía a las 10 de la noche, por todas las obligaciones que tenía. Cuando lo desvincularon de EGGER, pedí que lo tuvieran en cuenta en la Municipalidad de Concordia y Enrique Cresto le ofreció llevar a cabo un asesoramiento nutricional a los carreros, dentro de un plan que es de Nación para entregarles motocarros a cambio de que dejen de utilizar los caballos. Pero eso nunca se concretó”, recordó.

“Mi suegro es ingeniero químico, oriundo de la localidad de Sancti Spiritu, Santa Fe. Estudió en la universidad con Hugo Cives. Él nos ayudó, lo mismo que una abuela de mi esposo, a comprar la casa”, agregó.

 

“Yo a Enrique lo tenía en la cima de una montaña”

Deseosa de contar su historia, Gabriela Francia se retrotrajo al año 2009, cuando conoció a Enrique Cresto y Leticia Ponzinibbio. Fue el punta pie inicial a un extenso monólogo en el que desmenuzó su relación con ambos:

“Andaba con mi bebé en un cochecito y mi hija de 4 años buscando trabajo y pasé por la sede de la CONASED, que en ese entonces estaba en calle Buenos Aires. Desde aquel momento hasta el presente no hice otra cosa que trabajar para ellos, muchas veces sin fines de semana ni feriados, militando y trabajando para Leticia y Enrique, que por entonces era Senador provincial”.

“Me tomaron como secretaria de la Fundación y me pagaban desde el Instituto Becario Provincial, que era presidido por Mayda Cresto. Yo tenía entre mis funciones ser coordinadora en Concordia del INAUBEPRO, hacía de nexo con los becarios de UNER, UTN y UADER”.

“También participé de ASESPRE, una Asociación de Estudios para el Progreso de la Región, que Enrique creó para armar proyectos que le iban a servir en su futura gestión como intendente. Incluso, esa asociación firmó un convenio con el Inaubepro”.

“Ni bien empecé a trabajar en la CONASED, tuve a mi cargo campañas solidarias para entrega de abrigos, frazadas, libro por libro, te solidarios, útiles escolares, etc. O sea, mi trabajo era intenso y coordinaba a los chicos de la fundación. No era una mera colaboradora. Militaba sin horarios. Yo a Enrique lo tenía en la cima de la montaña”.

“Un día Leticia me llama y me pide que le ayude a encontrar una casa en alquiler para la Fundación. Me moví hasta que pude conseguir una casa grande y económica en La Rioja 823 por $ 7000. Finalmente la alquilaron, pero la pusieron a nombre de un abogado, Francisco Amadio, que en ese entonces trabajaba para Enrique. La casa necesitaba muchos arreglos, que los hicieron con personal municipal”.

“Cuando nos mudamos a esa nueva casa, me acuerdo que rescaté un libro de fotos que contiene la historia de la Fundación. Hay imágenes donde aparece Mayda cuando era bebé”.

 

Los pagos de la Municipalidad

A la hora de precisar tanto su relación laboral como sus ingresos, Gabriela Francia se mostró segura y se respaldó en su facturación como monotributista.

Aunque desde el municipio dijeron que “prestaba servicios como colaboradora en diferentes eventos”, frase que invitaba a suponer que sólo la unía a la comuna un vínculo esporádico, ella dijo otra cosa.

– ¿Cuánto te pagaban? ¿Cómo era tu relación contractual con Conased, Inaubepro, Municipalidad?

-Allá por el año 2009 creo que el becario me pagaba 300 pesos y encima la mitad la tenía que compartir con mi compañera en la Fundación. Desde el 10 de diciembre de 2015, cuando Enrique asumió como intendente, empecé a facturar todos los meses como monotributista a la Municipalidad por 12.000 pesos. Trabajaba de lunes a lunes por ese dinero. Más adelante, pedí un aumento. Me hicieron hablar con Álvaro Sierra. Elevaron el importe mensual que debía facturar a la municipalidad a 16.000 pesos. Por el Instituto Becario cobraba últimamente 9.900 pesos. En total eran casi 26.000 mensuales.

-¿A qué área de la Municipalidad le facturabas?

-La factura la entregaba todos los meses a la secretaría de comunicación, a Luis Santana.

-¿Te siguen pagando?

-Me están debiendo enero y febrero. Yo necesito ese dinero para mis hijos, que quedaron al cuidado de mi suegro. Hablé con Guillermo Von Zellheim, el concuñado de Enrique, para que me saquen esos dos pagos. Me dijo que me quedara tranquila, que él personalmente se iba a ocupar de traerme el dinero, pero después me bloqueó. El intendente me bloqueó, Leticia, Guillermo, todos me bloquearon. No me han venido a visitar ni han escuchado lo que tengo para explicar.

 

El día en que Leticia y Enrique comieron en casa de Gabriela

A modo de catarsis, de desahogo, Gabriela Francia revivió situaciones, momentos, experiencias, todas ellas destinadas a probar que fue muchísimo más que una “simple colaboradora” del intendente de Concordia y su esposa.

Por ejemplo, contó aquel día en que Leticia y Enrique fueron a comer a su casa. También sacó a relucir una de sus tantas visitas a la residencia del presidente municipal, cuando el perro labrador la mordió. Hasta describió distintas habitaciones de la vivienda de calle Rocamora.

Lo que vino después fue una sucesión interminable de anécdotas:

“Yo le regalé el primer body a Leticia cuando estaba esperando un hijo. Siempre le agradecía a Enrique, toda vez que tenía la oportunidad, por haberme dado trabajo”.

“Ni bien asumió la municipalidad, organicé la Expo Navidad y de ahí en adelante me encargaba de las 4 exposiciones. También me ocupé del acto de asunción de Enrique, de encargar la ‘pollera bordó’ para el escenario. Yo estaba en todos los detalles del ceremonial, cuidando siempre en todo momento a Enrique”.

“En los actos en el Odeón, llevaba maquillaje y lo preparaba a Enrique para que no se le notaran las ojeras que suele tener. Y resulta que ahora no soy nadie o soy una simple colaboradora”.

“El diálogo con usted es una descarga por la indignación que tengo de que me hayan negado, siendo que abres mi Facebook y están todos los Cresto. No me pueden negar”.

“No pueden estar mintiéndole al pueblo en la cara, como que no me conocieran, siendo que era hasta quien le alcanzaba el vaso de agua y hasta el pañuelo en el Teatro Odeón cuando se transpiraba durante los actos de apertura de sesiones ordinarias. Y que ahora no me vengan a preguntar siquiera si necesito un vaso de agua, siendo que mil veces se lo alcancé yo a él y a su mujer…”

“El último día que el gobernador Gustavo Bordet fue a Concordia a cerrar su campaña con Stratta y Enrique, saqué plata de mi bolsillo y le compré dos botellas de agua. Uno a esas cosas las hacía de corazón. Yo sabía que a Enrique en cualquier discurso se le secaba la voz y quería agua. No me puede negar después de todo eso”.

“Mi madre estuvo 6 meses enferma con cáncer. Yo a veces la dejaba en la cama para correr por ellos. Yo sé que a eso no me lo va a devolver nadie, esa es la angustia que yo tengo”.

“Todos los días uno reza, yo hablo con mi madre mucho. Le decía ‘Mamá, ¿cómo hago para que alguien me escuche? Y usted a mí me cayó del cielo. Yo estoy acá y no puedo hacer nada, con decirle que todavía no vino mi abogado”.

Aquel diálogo con Enrique Cresto: “Tengo que echar a 40”

Gabriela Francia hizo un “zoom” fotográfico para revelar los pormenores de un encuentro con Enrique Cresto después del acto de inauguración del nuevo piso del Gimnasio Municipal:

“Era un día viernes. Leticia se fue antes para la casa de su hermana, esposa de Guillermo Von Zellheim, que cumplía años. Enrique se quedó hasta que terminó la ceremonia. Uno de los funcionarios municipales que estaba conmigo me dijo que aprovechara ese momento para hablar con Cresto y que le pidiera que me pasaran a planta permanente, que no era justo que llevara diez años así, facturando como monotributista”.

“Enrique salió, se subió a su camioneta y yo a mi auto. Cuando llegué al semáforo de Montevideo y Urquiza me puse a la par, abrí la ventanilla y le dije que necesitaba hablar con él. Paró más adelante, en Montevideo y Entre Ríos. Le dije que necesitaba un contrato y me contestó ‘¿No sos funcionaria vos?’ Sentí que me estaba cargando. ‘Nunca te fallé, he cuidado siempre de tu imagen, discúlpame pero necesito’, le dije. ‘Quédate tranquila que ahora ganamos las elecciones y tengo que echar a 40 personas y voy a tener un lugar’ me dijo. Eso me contestó”.

 

“La familia no se elige”

Aunque aclaró que no iba a hablar de la causa penal en la que está imputada por su presunta participación en una banda de narcotraficantes, por momentos buscó reafirmar su inocencia. Por ejemplo, cuando puso énfasis en decir: “Voy a limpiar mi nombre, el de mi esposo y de mis hijos”.

-Gabriela, si de verdad eres inocente, ¿a qué se debe que la investigación judicial te haya vinculado en forma directa con una banda de narcos?

-Sólo puedo decir que a la familia no se la elige…

Fue la única ocasión durante la extensa entrevista en que abandonó la verborragia y optó por ser lacónica, breve, casi tajante. Le propuse que ampliara su respuesta, que diera más detalles, pero sólo atinó a explicar que tiene un medio hermano, porque su papá tuvo un hijo con otra mujer.

En otro momento del reportaje se esmeró en aclarar que ya no es suya la casa de Güemes 1004, donde la Policía Federal encontró estupefacientes. “La allanaron a nombre mío pero yo la vendí y tiene otro dueño. Ahí sí encontraron drogas. Mi abogado tiene toda la documentación que prueba que esa vivienda no es mía hace no menos de un año”, enfatizó, aunque esquivó revelar a quién se la vendió.

De manera indirecta, pareció dejar a salvo a su padre al presentarlo como un trabajador. “Mi papá es taxista de la Terminal de Ómnibus”, dijo.

También fueron recurrentes las aclaraciones que hizo sobre el origen de los ingresos con los que adquirieron la vivienda de calle Diamante.

“Con mi marido teníamos variados ingresos. Teníamos ahorros que me dejó mi madre en un plazo fijo”, dijo. Aludió además a la ayuda recibida de suegro, al que definió como “pudiente”, a la par que resaltó que su esposo “es ingeniero” y repasó uno por uno los variados trabajos: cátedras en dos universidades y contratos con empresas de primera línea de la región.

La única vez que volvió a hablar de su “medio hermano” fue para insinuar que la Policía Federal pudo haber confundido compras de empanadas con delivery de drogas. “Mi cuñada es Trinidad de apellido, casada con Néstor Francia Brun. Ellos tienen una rotisería. Yo, para ayudarlos, siempre les compraba comida. Por ejemplo, el día del acto de cierre de campaña, le dejé a mi hija el dinero para que pidiera una tarta de jamón y queso. No sé, tal vez la Federal creía que nosotros comprábamos droga”.

Cuando recordó el momento en que ella y su esposo fueron trasladados a la Delegación Chajarí de la Policía Federal, aprovechó para aseverar que no sabía quiénes eran varios de los detenidos. “De los 18, yo sólo conocía a mi cuñada, mi hermano, mi papá y mi marido”, dijo.

Admitió haber reconocido a otra persona más, un hombre que suele merodear la municipalidad, porque es colaborador de Cresto y Von Zellheim, que fue dejado rápidamente en libertad a pesar de que, según Gabriela Francia, tiene antecedentes por su relación con las drogas. Aunque lo identificó con nombre y apellido, más adelante pidió que no se lo mencionara en el reportaje. “Tengo miedo que pueda tomar represalias. Debo cuidar a mis hijos”, rogó.

-¿Quién es tu abogado?

-A mí y a mi marido nos representa el doctor Gustavo Rader, de Chajarí. El abogado de los demás es Daniel Cedro, el concejal.

 

Lágrimas

Indignada, desilusionada, dolida, angustiada y decidida a luchar. Así se mostró Gabriela Francia durante el diálogo.

De sus ojos grandes y brillosos se derramaron lágrimas cuando habló de sus hijos y de su marido y recordó aspectos de la vida en familia. También se emocionó al evocar a su mamá, que falleciera de cáncer y, antes de partir, le confiara unos ahorros que había juntado pensando en sus nietos.

La emoción se volvió bronca e impotencia cuando se hizo eco de las cosas que hoy se dicen de ella en las redes sociales y del comunicado oficial de la Municipalidad calificándola como una “simple colaboradora”. También cuando sacó a relucir otra anécdota: “No quiero dar nombres pero un alto dirigente me acosó durante mucho tiempo, llegó a mandarme un mensaje desde el exterior, adonde estaba paseando con su esposa. Le conté a mi marido lo que me estaba pasando y él se puso muy mal”.

Pareció transportarse en el tiempo al rememorar los feliz que se había sentido en la noche de las PASO al conseguir captar con su cámara el momento en que Enrique y Leticia se besaban al subir al escenario. “Buscá esa foto. Vas a ver qué calidad que tiene. La hice yo. Me encanta la fotografía”, dijo.

La entrevista estaba terminando, aunque ella no paraba de hablar. “Yo con usted me desahogué, saqué afuera la indignación que yo tengo”, resumió, casi como una justificación. Me acompañó hasta la puerta del salón mientras me agradecía una y otra vez que la haya visitado.

Autor: Osvaldo Bodean

Fuente: El Entre Ríos

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