Argentina cuenta con una de las peores monedas del mundo. El peso se depreció un 20% en relación al dólar desde enero de 2020.
Cada semana, el economista de la Universidad Johns Hopkins Steve Hanke publica su Observatorio de divisas, que él mismo describe como «una canasta de manzanas podridas que se han depreciado al menos un 20% frente al dólar desde enero de 2020». El peso argentino se encuentra entre las monedas que peor se encuentran.
Venezuela se lleva el primer premio, como de costumbre, explicó en un tuit luego de compartir la última versión disponible: «El bolívar se ha depreciado en un 98,76% frente al dólar. Ya es hora de que Venezuela se dolarice oficialmente», opinó.
En el sexto lugar a nivel mundial se posicionó el peso argentino, precedido solamente por la libra libanesa, el dólar zimbabuense, la libra sudanesa y la libra siria.
Según los análisis de Hanke, el orden de clasificación de las tasas de inflación de los países y las devaluaciones de la moneda coinciden: «Las tasas de inflación y las devaluaciones de la moneda están unidas por la cadera como gemelos unidos», escribió en un artículo que publicó en The Cato Institute.
Por lo tanto, explicó, las devaluaciones de la moneda están asociadas con un aumento de las tasas de inflación, y el aumento de las tasas de inflación está asociado con tasas más lentas de crecimiento del PBI per cápita. «Entonces, si se desea disminuir la tasa de crecimiento del PBI per cápita (léase: prosperidad), las devaluaciones de la moneda funcionarían. Entonces, ¿por qué los políticos adoptan la idea de que las devaluaciones de la moneda son un elixir que puede reducir los déficits comerciales y de cuenta corriente y estimular el crecimiento?», se preguntó.
Sin embargo explicó: «De hecho, es una ilusión. Si las devaluaciones fueran algo más que una ilusión, lugares como Argentina y Brasil serían los lugares más competitivos del mundo, y obtendrían superávits comerciales y de cuenta corriente masivos. Para los devaluadores, no habría escasez de crecimiento económico y prosperidad».
Y continuó: «Creo que la mayoría de los empresarios y políticos se sienten atraídos por el engaño de la devaluación porque padecen miopía. Asignan un peso irracional a lo que perciben como los beneficios a corto plazo de una devaluación de la moneda sin siquiera considerar los costos a más largo plazo. Vistas a través de una lente tan irracional y miope, las devaluaciones siempre parecen atractivas».
Para comprender el origen de esta miopía, dice que hay que considerar el objetivo anunciado de las devaluaciones. «Se supone que una devaluación aumenta el precio de los bienes y servicios producidos en el extranjero y disminuye el precio de los bienes y servicios producidos en el país. Se supone que estos cambios en los precios relativos desviarán los gastos internos y externos de los bienes y servicios producidos en el extranjero hacia los producidos en el país. Se supone que esto mejorará la balanza comercial internacional del país devaluado y acelerará su tasa de crecimiento», menciona sobre un argumento que, para el público, tendría un cierto atractivo.
Sin embargo, se destacó en la publicación del Cronista Comercial, cuando se trata de devaluaciones monetarias, el análisis no es tan simple: «Después de una devaluación, la inflación aumentará y también lo harán los costos de producción de bienes y servicios, incluidas las exportaciones, en el país que ha devaluado su moneda. La inflación robará cualquiera de los beneficios competitivos potenciales a corto plazo que inicialmente podrían acompañar a la devaluación. Por eso las devaluaciones son un engaño. Y esa es la razón por la que los países adictos a las devaluaciones no logran obtener una ventaja competitiva y por qué siempre están sumidos en un crecimiento económico lento y volátil», concluye.