Nodio, Noprensa, Nolibertad: El peligroso coqueteo con la censura

“Si no creemos en la libertad de expresión de aquellos que despreciamos, no creemos en ella en absoluto”. Noam Chomsky. Lingüista, filósofo y activista estadounidense.

No se trata de qué lado estamos frente a los hechos de la realidad, de eso se trata la libertad. No se trata de preguntar qué piensa el otro, sino de permitir que lo diga sin que caigan sobre él las barbaries y el desenfreno fanático de quien no soporta oírlo.

Un Observatorio estatal para “la detección y verificación de la información, en la identificación y desarticulación de estrategias argumentativas, la identificación de las operaciones de difusión y los sistemas de alertas” es, sin lugar a duda, la idea más autoritaria que se recuerde desde que recuperamos la democracia.

¿Quién cree estar por encima de nuestra Constitución, de los Pactos internacionales que protegen los DDHH, por encima de nuestros códigos penal y civil?

¿A quién se le cruzó por la cabeza, que se pueden “desarticular las estrategias argumentativas” de los periodistas? Ni antes ni después de que haya publicado una información, una opinión, ¿o apenas una crónica de los hechos de los que fue testigo?

¿Quién se cree en condiciones de establecer las reglas de lo que se puede y no se puede decir? ¿Cómo y de qué manera se pretende distinguir la mirada subjetiva del medio o del periodista, de los que para otros es una “operación de difusión”?

¿A qué le llaman “sistemas de alertas”, cuando la materia es el derecho de cada individuo, especialmente de los periodistas, a ejercer sin ningún otro limite que los que indican las leyes, su actividad?

¿A qué escuelas de periodismo fueron? ¿Quiénes fueron los docentes que les enseñaron?

¿De qué autores democráticos abrevan?

El Estado debe velar por la libertad plena de la expresión, y no regularla desde ningún “observatorio” con argumentos que pueden servir para un Servicio de Inteligencia.

No, de ninguna manera se puede aceptar ni el Observatorio, ni los objetivos que se propone cumplir. No podemos aceptar ni una sola de esas razones como plausibles ni necesarias.

Debemos reclamar, claro, por un mejor periodismo. Debemos levantarnos frente a la mentira, frente a la ofensa, frente a cualquier acción que con el nombre de “periodismo” suponga un daño a los derechos elementales de los ciudadanos. No del poder de turno.

El periodismo es, precisamente, junto a los otros dos poderes estatales, el principal reservorio de defensa de los más débiles. El parlante que multiplica lo que algunos pretenden que no se escuche.

Ninguna acción del Estado que pretenda censurar o acallar periodistas puede considerarse un aporte para mejorar su calidad, ni sus efectos.

El NODIO, un nombre disparatado y con una clara intencionalidad de apropiación de un valor común a todos los hombres y mujeres de bien, es un paso hacia el control de los contenidos periodísticos. Y no importa de quién, ni sobre quiénes.

El NODIO será en su funcionamiento el NOVERDAD, el NOLIBERTAD, la NOPRENSA.

¿Necesita la periodista Miriam Lewin, torturada y desaparecida en la ESMA, que le recordemos los valores elementales de la libertad? ¿ O cree, en su pertenencia explícita a un partido, una clase dirigente, una experiencia de gobierno, que sólo se trata de la libertad para los propios y el silencio para los que piensan los “otros”?

No se puede retroceder ni un centímetro en ese sentido. Los “daños colaterales” de la mentira periodística, se solucionan con más derechos. Nunca con menos.

Testigos de asesinatos y encarcelamientos de periodistas en muchos países del mundo , la mayoría de ellos han sido acusados precisamente de cometer delitos contra el Estado por “publicar noticias falsas”. El mismo argumento que se pretende instalar con el NODIO.

Admitirlo es aceptar el comienzo de un proceso que puede abrir graves atentados contra la libertad y la vida de los periodistas.

Hay que rechazarlo de plano, sin ninguna clase de contemplaciones ni dudas.

Nadie, desde ningún lugar que no sea el de los jueces naturales, puede limitar nuestro derecho de expresarnos.

La mera intención resulta peligrosa y profundamente antidemocrática.

Aceptarlo o dejarlo pasar, será un acto de complicidad con la violación de un derecho elemental, no para los periodistas solamente, sino para toda una sociedad que merece escuchar las diferentes miradas de los hechos públicos, pero además, para que el periodismo pueda, destapar aquello que se quiere ocultar y en lo que están en juego los intereses de todos.

Por Coni Cherep, Análisis.

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