Todavía recuerda, como un videoclip que se repite una y otra vez, lo que pasó esa tarde, en la pieza que el cura Marcelino Ricardo Moya tenía en la planta alta de la casa parroquial de Santa Rosa de Lima, de Villaguay.

Entonces era un preadolescente -¿12, 13 años?- y no supo que aquello que vivió del peor modo había sido un abuso.

El cura había reunido a un grupo de pibes para organizar un partido de fútbol 5. Pero no alcanzaban con los que estaban para formar los dos equipos.

Fueron por Nacho, que vivía a dos cuadras de la parroquia. No fueron todos. Fueron casi todos por Nacho.

-Vayan a buscarlo -ordenó Moya.

Cuando ED, ahora de 39 años, a punto de obtener el título de abogado, quiso salir de la habitación del sacerdote, lo frenó en seco.

-Vos no. Vos quedate.

No sospechó entonces lo que pasaría después.

Se entretuvo en lo que hacían todos los adolescentes del grupo de Acción Católica que solían reunirse junto al cura: prendió la computadora y empezó a hurgar en algunos juegos. En eso estaba cuando sintió que Moya hacía lo de siempre: se acercaba como gato en celo, y empezaba a tocarlo, ora por la espalda, ora por el cuello, ora por la cabeza.

No le dio importancia: el cura solía tener esos gestos de acercamiento.

Siguió con la vista puesta en la pantalla.

En un momento, Moya lleva su mano hacia el pecho de ED y lo baja de modo brusco: no encontró resistencia. ED tenía puesto un jogging.

-Yo no le había dado importancia cuando empezó a tocarme la espalda. Pero de repente, medio rápido, siento que me empieza a tocar el pecho, me mete la mano dentro del pantalón, y cuando me toca los genitales, me levanto y me lo saco de encima. Creo incluso que llegué a golpearlo para apartarlo de mí. El tipo me había tocado los genitales. Entonces, me lo saco de encima y me voy. Cuando me lo saqué de encima, me lo quedé mirando, como diciéndole: ¿Qué hiciste?. Pero él no me podía mirar a la cara, miraba al piso. Me parece que no esperaba mi rechazo. Lo miré como pidiendo una explicación. No dijo nada. Salí corriendo de ahí.

ED es uno de los dos denunciantes que llevó a la Justicia al cura Marcelino Moya. El médico Pablo Huck es el otro.

Los dos se presentaron la fría tarde del lunes 29 de junio de 2015 ante el fiscal Juan Francisco Ramírez Montrul y contaron sus historias de abuso.

 

Moya nunca accedió a prestar declaración indagatoria en la Justicia.

En diciembre de 2016 fue citado por la fiscal Nadia Benedetti, que tramitó la investigación penal preparatoria en Villaguay, jurisdicción a la que se derivó el caso, pero se negó a hablar.

Aunque a pesar de su reticencia, su caso estalló en forma pública del peor modo en el verano 2017. A comienzos de enero de ese año, fue ingresado al Servicio de Infectología del Hospital San Martín por una enfermedad de transmisión sexual. La médica que lo trató fue Laura Díaz Petrussi, a cargo del Programa Provincial de Sida. No bien se enteró del paciente que tenía ingresado, la jefa del Servicio de Infectología, Adriana Bevacqua, buscó el modo de poner en autos a la Justicia. Se presentó y pidió ser relevada del secreto médico y contó qué diagnóstico tenía Moya. Ese dato está resguardado en la Justicia.

En tanto, Moya buscó rehuir de la Justicia y, a través de sus distintos abogados –los fue cambiando sucesivamente, el último es José Ostolaza- planteó la prescripción de los delitos.

 

En todas las instancias encontró el rechazo a esa petición.

Dos años después de aquella denuncia, el 29 de junio de 2017, el juez de Garantías de Villaguay, Carlos Ramón Zaburlín, rechazó el planteo de los defensores del cura, que reclamaron la prescripción de la causa por abusos a menores, e hizo lugar al pedido que formularon en forma conjunta la fiscal Nadia Benedetti y los querellantes Florencio Montiel y Juan Pablo Cosso, y elevó el expediente a juicio oral.

La resolución de Zaburlín fue recurrida por la defensa, pero el 31 de julio de 2017, el Tribunal de Juicios y Apelaciones de Concepción del Uruguay rechazó el planteo de prescripción formulado por los abogados defensores y confirmó la elevación a juicio.

La causa nuevamente fue recurrida, y llegó a la Cámara de Casación Penal de Paraná el 14 de agosto de 2017. El jueves 11 de octubre último, ese tribunal, en voto dividido, rechazó la vía de la prescripción. El tercer rechazo que acumula el cura Moya en la Justicia.

Ahora, se sabe, Moya se sentará en el banquillo de los acusados en el Tribunal de Juicios y Apelaciones de Concepción del Uruguay el 25 al 28 de febrero de 2019.

-Es una muy buena noticia que hayan elevado la causa a juicio, sobre todo por Pablo (Huck), por todo lo que le pasó a él. Yo zafé. Lo que me pasó es grave, pero ni de cerca a lo que le pasó a Pablo. Él fue abusado durante dos años. En cambio,  yo tuve un episodio aislado, del que pude escaparme.

Eso dice ED: que zafó.

No bien se desembarazó de Moya, que lo había avanzado en aquella habitación de la casa parroquial de Villaguay cuando era un niño, bajó desesperado por las escaleras, se encontró con el resto de los chicos y les contó lo que le había pasado.

-El padre me manoseó. Me voy de acá porque el padre me manoseó. No voy a venir nunca más.

Eso hizo: no piso nunca jamás una iglesia, se alejó por completo.

Llegó a su casa y se lo contó a su papá, un exdiputado provincial y funcionario del Tribunal Electoral Provincial, cercano al dirigente radical Carlos Vela.

La familia decidió no denunciar a Moya entonces.  ED lo haría después, ya adulto.

-Mi viejo me dijo que era grave lo que me había pasado, pero que no iban a hacer la denuncia. También me pidió que no volviera más a la iglesia.  Me dijo que hacía la denuncia no nos iban a creer. Moya estaba en lo más alto de la popularidad en Villaguay. Daba clases en el Colegio La Inmaculada, de las franciscanas de Gante; tenía un programa en LT27, y contaba con ingreso irrestricto al gimnasio del colegio. Además, era otra época, no había internet, ni celulares, ni redes sociales.

Aquel incidente con el cura Moya quedó sepultado en su memoria hasta que en 2015 Pablo Huck lo rastreó, enterado ya de lo que había intentado el sacerdote en aquella pieza de la parroquia Santa Rosa de Lima. “Hasta entonces, hasta que me reuní esa primera vez con Pablo -que es dos años mayor que yo- pensaba que yo era el único al que le había pasado algo así. Cuando les conté a mis compañeros, medio que no me creyeron. Habrán pensado que era una locura mía. Pero después empezamos a pensar: desde que Moya llegó a Villaguay, se habían ido muchos chicos de Acción Católica, y no había ninguna mujer en los grupos. Nadie sabía por qué se habían ido. Nadie sabía por qué en los grupos del cura no había mujeres”, dice ahora.

-¿Has vuelto a la iglesia después de aquello que te pasó con Moya?

-No he vuelto. Sólo vuelvo por compromisos puntuales, como un bautismo. Pero nada más.

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