“Yo hablo con la verdad, así que podés publicar todo lo que te voy a contar. Es importante que se conozca la verdad, y cada una de las cosas que voy a decirte son verdad”. Así comenzó nuestra charla telefónica. Ella en Paraná y yo en Gualeguaychú, con los terruños cruzados porque ella es de Gualeguaychú y yo de Paraná. Fue hace un par de días, durante una siesta de sol, junto a la promesa de algún día encontrarnos.
Hace unos poquitos años empezó a hablarse en los medios nacionales de esas mujeres invisibles, las “Mujeres de Malvinas”: algunas notas, algunas charlas, pero todavía muy poco, casi nada. Ese doloroso proceso denominado “desmalvinización”, se cobró también estas víctimas y fue doblemente cruel con las mujeres que limpiaron cuerpos, curaron heridas, dieron abrazos, brindaron consuelo, hicieron promesas y cumplieron, fueron a la guerra y volvieron, para ser convertidas en fantasmas.
De Gualeguaychú a Malvinas
Alicia Mabel Reynoso nació en Carbó -Departamento Gualeguaychú- un 9 de julio de 1955. Cuando tenía 7 años, aproximadamente, falleció su papá y entonces la familia se mudó a una casa ubicada a una cuadra de la Liga -en la intersección de las calles La Rioja y Neyra-.Su padre era policía, por eso recibió con especial orgullo el reconocimiento que la Jefatura de Policía le otorgó cuando el año pasado volvió a nuestra ciudad a presentar su libro. En la actualidad, Alicia reside en la capital entrerriana.
Alicia cursó sus estudios primarios en la escuela Sagrada Familia y luego asistió a la ENOVA, y de allí a estudiar Enfermería. La decisión de ingresar a la Fuerza Aérea Argentina la tomó más adelante y así es que Malvinas la encuentra ya radicada en Buenos Aires.
“Soy enfermera instrumentista. Junto a otras 20 mujeres, fuimos las primeras de todo el país en ingresar a la Fuerza Aérea Argentina en el año 1979”, cuenta con orgullo. Tenía 24 años y apenas un año antes se había recibido en Santa Fe.
“No te das una idea de lo que fue abrir camino en un ambiente estrictamente machista, donde abiertamente te decían que no querían mujeres. Veo que ahora hay mujeres pilotos, que las cosas han cambiado, porque cuando nosotras ingresamos no había oficinas de género donde ir a reclamar. Pero miro hacia atrás, veo todo lo que las mujeres hemos avanzado en ese sentido y considero que nosotras -aquellas a las que nos tocó abrir camino- tan mal no lo hicimos”, opinó con color a hidalguía en la voz.
“En abril de 1982 la Fuerza Aérea Argentina instaló un hospital móvil en un hangar del aeropuerto de Comodoro Rivadavia: “El Hospital de Campaña consta de 11 módulos y cuenta con Quirófano, Terapia Intensiva, Laboratorio, Sala de esterilización, 20 camas para internación, entre otras dependencias, es decir, un verdadero hospital de Segundo Nivel”, explicó.
“Estaba proyectado que el hospital fuera instalado en Malvinas, pero se necesitaba que estuviese nivelado y en las islas no se podía garantizar esta situación, entre otras cuestiones logísticas que hicieron que se defina su ubicación en Comodoro Rivadavia”, agregó la mujer que más adelante integró los Cascos Azules y viajó en misión a Haití en 2005, 2006 y 2007.
“Cuando la Fuerza nos ordena que teníamos que viajar -a comienzos de abril, el tercero o cuarto día- me buscan a través de la policía para que me presente al Hospital. Así te comunicaban las noticias en aquella época donde no existía el celular y tener teléfono fijo era un lujo que yo no me podía dar”, comienza a narrar.
“Íbamos para aquello para lo que nos habíamos preparado, pero creo que fue en el Palomar cuando nos encontramos con la realidad a la que nos tendríamos que enfrentar. Ahí estábamos -las primeras cinco de las 13 mujeres destinadas al conflicto- paraditas bajo el frío de la madrugada, dejando que se nos escaparan algunas lágrimas. Recuerdo que un oficial se nos acercó y nos dijo que guardáramos las lágrimas, que no era momento para llorar. Y así fue”, recordó.
“Viajamos esa madrugada en avión. Alrededor de 200 soldados iban sentados, uno pegado al otro, cantando eufóricos, orgullosos de que iban a defender a la patria. Ahí estaban esos pequeños grandes hombres que iban a hacer historia. Más de uno nos gritaba algo cuando veían a mujeres de su edad, pero estábamos acostumbradas a habitar ese ámbito que había sido tan exclusivamente de los hombres tanto tiempo”, continuó Alicia.
“Cuando llegamos, empezamos a armar todo, esterilizamos el instrumental para las próximas cirugías, etc. El hospital de campaña había viajado por tierra. Los primeros días fueron tranquilos hasta el 1° de Mayo, día del bautismo de fuego de nuestra Fuerza Aérea; día que fue también nuestro bautismo, porque nos habíamos preparado pero la realidad era tremenda. Nuestros pilotos volaban bajo, con mucha turbulencia, para que los radares chilenos no los detectaran. Bajaban con mucho dolor en el cuerpo, pero siempre digo, que los dolores más grandes que tenían los combatientes eran los del alma”, dijo mientras deshilaba la historia.
Curar las heridas
“Como te decía, lo que más les dolía era el alma, por eso parte fundamental de nuestra tarea -además de las atenciones y las evacuaciones- fue la contención del soldado. En esos momentos adquiríamos el lugar de la mamá, de la tía, de la hermana, de la novia, del cartero, porque nos daban los números de teléfono para que llamáramos a avisar que estaban vivos, pero las comunicaciones estaban restringidas. Lo mismo ocurría con nosotras, en esos momentos donde escuchar la voz de mi mamá era lo único que quería en el mundo, cuando llegaba una carta no era para una era como si fuera para todas: la leíamos, la compartíamos, nos ayudaba a seguir”, contó.
“Estuve ahí desde el 4 o 5 de abril hasta el 2 o 3 de junio, cuando me sacaron porque me vieron al borde del estrés máximo. Yo era la jefa de enfermería así que era mucha la presión y la responsabilidad. Cuando llegaron nuevas mujeres, nos liberaron para que, supuestamente, pudiéramos ver a nuestras familias. Pero eso no fue así, no nos dejaron ver a nuestras familias. Nos destinaron a diferentes lugares, en mi caso, a Córdoba. Nos escondieron, nos ocultaron y nosotras nos sentíamos culpables, vergonzozas, como que habíamos hecho algo mal, pero los que estaban haciendo las cosas mal eran los que nos ocultaron”, agregó la mujer.
“Aún trabajo en la Segunda Brigada Aérea de Paraná. Desde el año 2010 empecé a levantar la voz por las mujeres de Malvinas. Estuvimos ahí, en el escenario de conflicto, cumplimos con nuestro deber, no merecemos el olvido”, reclamó.
La lucha contra el olvido
“Si bien estamos reconocidas por el Congreso de la Nación a través de la Ley 23118, en los años 90 el clientelísmo también alcanzó al tema Malvinas, y se olvidaron de las mujeres, por eso es que nunca cobramos nada pese a que estamos reconocidas”, explicó.
“En 2013 nos llamaron desde las Fuerzas por la presión que hicimos, al salir a contar que estuvimos en el conflicto. Nos invitaron a desfilar el 1° de Mayo, mostramos por primera vez nuestro estandarte, y la gente se empezó a enterar de que hubo mujeres destinadas a Malvinas. empezaron a convocarnos, fuimos a las escuelas de suboficiales, empezamos a dar charlas y poco a poco fuimos ocupando un lugar al que algunos se resisten”, aseguró.
Y sumó: ¿Si hubo mujeres de otras fuerzas? Si, las hubo. Pero desconozco sus historias y me parece una falta de respeto hablar de aquello de lo que no conozco. Yo puedo hablar de las 13 mujeres de la Fuerza Aérea, y de ellas hablo”.
Alicia, quien fue reconocida la semana pasada como Mujer Destacada por el Instituto Nacional Contra la Discriminación,la Xenofobia y el Racismo (INADI), se metió en un tema polémico en torno al después de la guerra: “Más allá de la deuda económica que tiene el Estado con nosotras, la cual es genuina y real, hay una deuda de honor en cuanto a la participación de la mujer. Esto es lo que le planteo a todos. También lo hice con la ex presidente -Cristina Fernandez de Kirchner- quien nunca nos recibió a pesar de que le escribimos varias cartas. Porque si los gobiernos van a hablar de los derechos de la mujer, la violencia simbólica y demás reclamos históricos de las mujeres, necesitamos que además de hablar hagan cosas concretas”.
“Hubo una orden de no hablar más de Malvinas. Pero si el silencio fue cruel con los hombres que volvieron, tanto más lo fue con las mujeres que fuimos. Nos callan, nos invisibilizan. Esta es una prueba más del peso del patriarcado sobre la historia, fuimos cinco mujeres primero, 13 en total por la Fuerza Aérea: brindamos servicio, ahí estuvimos”, denunció la única veterana entrerriana de la Guerra de Malvinas.
Por eso Alicia necesitó escribir para sanar. Necesitó decir. Alicia, la mujer que cumplirá 63 años el próximo 9 de julio, escribió su libro “Crónicas de un olvido”, logrando una segunda edición después de presentarlo en distintas localidades.
“El proceso del olvido es terrible en cualquier aspecto de la vida; que te olviden, que te consideren una NN, una desaparecida, es tremendo. Nadie conoce el nombre de las mujeres que cosieron la bandera de Belgrano, ni el nombre de las Patricias y lo mismo va a ocurrir con las mujeres de Malvinas. Algunas de mis 13 compañeras no pueden hablarlo, las bombas no venían con nombre y apellido y nosotras estábamos ahí”, dijo a la vez que añadió: “Días atrás, y producto de las declaraciones de ex combatientes británicos, se reconocieron las intenciones de Inglaterra de ingresar al continente. Ahí estábamos nosotras, entonces: ¿Por qué nos mienten?”
“Sabíamos a lo que estábamos expuestas, nos preparamos para eso. Aunque los médicos nos cuidaron, había gritos si, la cultura del grito estaba aceptada en aquella época, había miedo y no había que admitir que había miedo; pero la violencia vino después, el olvido vino después, el femicidio en cuotas vino después, para borrarnos de la historia”, insistió.
“Nosotras vivimos la violencia del olvido en la posguerra: como no tengo pensión no soy veterana. Pero yo se donde estuve. Muchos de los que nos critican llegaron al hospital donde les limpiamos las heridas de la guerra, para ellos no fue combatir, se olvidaron algunos que limpiamos trastes, que los bañamos, les preparamos una sopa caliente y que estuvimos ahí cuando no estuvo nadie más. Yo se donde estuve”, aseguró.
“Olvidar lo que avergüenza ordena recordar”
“Voy a decirte porqué no quieren que existamos. Porque a las islas fueron entre 10 y 12 mil soldados, pero hoy en el 2018 tenemos entre 25 mil y 30 mil pensiones, al clientelismo político también lo bancaron con las pensiones de Malvinas. Esto es lo que nadie puede explicar. Recibo amenazas por decir este tipo de cosas, no tengo miedo a nada, porque tengo la verdad en la mano, no transpiro cuando hablo. Yo se porque tengo esta medalla, porque tengo estas conmemoraciones, porque es con la verdad que hice todo lo que soy y todo lo que tengo”, señaló la mujer.
“Se trata de la mejor estafa del país, Malvinas siguió siendo un negocio. Limpiemos los padrones y nos vamos a llevar flor de sorpresa. Una compañera mía terminó la guerra y se fue a Alemania donde tenía familia, fue terrible lo que la acosaron y como sufrió la desmalvinización. Tiempo después logro que le envíen la medalla y el diploma, el agregado de la Fuerza Aérea en Alemania, muy machista, le dice: “es esto y nada más”. Cuando accedimos al listado nos encontramos con 200 mujeres veteranas de guerra y empezamos a buscar una por una, algunas habían muerto en el 80. No éramos más de 60 entre todas las fuerzas”, reveló Alicia.
“Hay políticos que han premiado con una pensión de Malvinas a sus colabores en política, y se nos han muerto de cáncer soldados porque no tenían para afrontar el tratamiento, como ocurrió con un ex combatiente en Santa Fe, o se han muerto sin asistencia deprimidos, sumidos en la pobreza”, señaló.
Y agregó: “Pero hay que olvidar lo que la vergüenza ordena recordar. Se tomaron un tiempo importante desde 1982 hasta 2013 para empezar a nombrarnos. Y aunque nadie me ha dicho orgánicamente que no hable pero si existen las señales, los aprietes, la violencia de alguno con cargo que nos dijo que no éramos nadie ni nada, pero seguimos”.
Sobre su manera de transformar el dolor del olvido en esperanza, dijo: “Creo que a las mujeres en general, y a las mujeres de la guerra en particular, la resiliencia nos ayuda a transformar este tipo de situaciones. Hubo un gobierno militar que nos llevó a este conflicto, todos éramos jóvenes, pero estoy muy orgullosa de lo que hicimos en Malvinas, y nadie me va a quitar esto. Yo estudié para curar el cuerpo no para matar, yo me quedo con el militar honesto y luchador, no con el que le hizo daño a los que tenía que defender, yo me quedo con lo bueno”.
Malvinas: ¿fue una guerra justa?
“No me parece justo haber enfrentado a quienes enfrentamos, de esa manera. Creo que esta fue la última batalla de la Segunda Guerra Mundial, hay que decir que nos enfrentamos a la OTAN. Creo que el reclamo es justo porque las Malvinas son nuestras. Sentimos el dolor y el olor de una guerra y me aterra saber que algo así puede volver a pasar, pero también creo que esa guerra fue los cimientos de esta democracia, 649 héroes son los que nos están diciendo que tenemos que cuidarla. No tendríamos esta democracia si no hubiese existido Malvinas”, opinó.
¿Volver?
“Yo no voy a ir a mi país con un pasaporte, no iría en esas condiciones pese a que me han invitado; salvo si tiran allí mis cenizas, voy a visitar Malvinas cuando no sea visitante en mi país. Acepto lo de los familiares porque es una manera de elaborar el dolor, pero yo personalmente no. Las 14 estamos vivas, con los achaques de nuestra edad, hay una sola que tiene problemas psicológicos graves porque nosotras nunca fuimos tratadas ni contenidas después de la guerra. Se que hay muchos suicidios y eso está marcando que seguimos haciendo las cosas mal, está faltando contención”, señaló.
Y cerró: “No pensemos en este 2 de abril como el feriado puente, porque eso duele. Por mi parte enviaré un beso al cielo por los combatientes que cayeron en Malvinas y por los que murieron después de la guerra”.
La charla duró un rato largo. Me contó sobre como pagó su libro, íntegramente con sus ahorros. Me contó como un hombre se paró en una charla y la señaló, frente a un montón de alumnos, como alguien que no debería llamarse veterana de guerra. Fue aquí en Gualeguaychú, la ciudad en la que creció y a la que ya no viaja tan seguido desde que falleció su madre. La ciudad que no la convoca para que le cuente a sus gurises acerca de la historia invisible -y así llenarla de colores, ruidos y sabores, para transformarla en algo tangible-, para que sepamos que ésta mujer gualeguaychuense está en la obra “Bicentenario: 200 años, 200 soldados” junto a Juana Azurduy, reconocida como una -de las muy pocas mujeres reconocidas- que defendió la patria.
Anoche cuando veía a los veteranos y ex combatientes de Malvinas en la vigilia frente al Monumento a los Caídos, reunidos, uno al lado del otro, amontonados: conectados a través de los huecos que profundizó el tiempo, pensaba en Alicia. En como la historia se empecina en ocultar la mano de esas mujeres que dieron una caricia, que alimentaron a los combatientes, que limpiaron la sangre, que frenaron las hemorragias, que curaron las heridas, que prometieron enviar las cartas encomendadas y que con eso dieron esperanza a quien necesitaba tenerla, sobre todo, para que valiera la pena imaginar la vuelta a casa. Invisibilizar esas manos también es tratar de deshumanizar la guerra, de quitarle el orgullo y la entrega.
Invisibilizar a las mujeres que sirvieron en la Guerra de Malvinas, forma parte de ese plan que busca instalar la derrota en los valientes y entregarles el triunfo a los corruptos, a los que bastardearon la historia. Alguien cuidó de esos corazones que llegaban tan destrozados como los cuerpos. También esas manos y esos corazones, merecen de nuestro homenaje y respeto.
R2820