Tras 60 años de proscripción, la resurrección de la vitivinicultura entrerriana ya no pasa desapercibida

Durante casi seis décadas, la vitivinicultura estuvo proscripta en Entre Ríos. Luego, las leyes cambiaron y la actividad comenzó su lento regreso. Hoy, son tres las bodegas y casi cien los viñedos en toda la provincia.

Hacia 1928, Entre Ríos era la cuarta región vitivinícola del país: 115 bodegas, 2.500 hectáreas de viñas y una cultura profundamente arraigada en el hacer del vino. Para entonces, Concordia, Federación y Colonia San José era los bastiones de esta actividad, aunque también había bodegas en Concepción del Uruguay y Paraná.

La tradición del vino llegó de la mano de los colonos: «Eran suizos del cantón de Valais, franceses de la Alta Saboya e italianos del Piamonte, quienes vinieron a poblar la provincia hacia finales de 1850 y trajeron en su acervo las diferentes modalidades en esto de elaborar el vino propio» cuenta Juliana Vulliez Sermet, dueña de la bodega que lleva el apellido familiar.

Suizos de Vailly, hacia 1900. Varios migraron a Entre Ríos Agrandar imagen

Suizos de Vailly, hacia 1900. Varios migraron a Entre RíosPor esos años, según asegura la historiadora Susana de Domínguez Soler, el general Justo José de Urquiza tenía en el Palacio San José unas veinte cepas a modo de experimentación. Fue él quien cedió a esos primeros colonos, los sarmientos de Filadelfia, una variedad francesa aclimatada en EEUU, que funcionó muy bien en estas tierras. Luego se sumaron otras cepas que los inmigrantes trajeron de su Europa natal, entre ellas Lorda, rebautizada en el Río de la Plata como Tannat.

Fue una historia feliz, rica en emprendimientos, hasta la llegada de la gran crisis a mediados de la década del ’30. Para entonces, el consumo de vino había descendido brutalmente con la consecuente baja de los precios, pero con una producción que se mantenía más o menos constante.

«Hay que aclarar que el problema del vino venía desde antes, asegura Domínguez Soler. Las provincias cuyanas que habían recibido grandes incentivos para el cultivo de vid presentaban un excedente en las cosechas, que ya se registra en los primeros años del siglo XX. El Estado compraba este excedente, ya que no había suficientes bodegas en esa zona para procesar el total de la uva obtenida». Además, las provincias cordilleranas, que en esa época tenían una economía de monocultivo, presionaban desde tiempo atrás a fin de restringir a sus territorios la plantación de uva para vinificación. La crisis fue la gota que colmó el vaso.La ley 12.137, sancionada en 1935, que promovió la creación de la Junta Reguladora del Vino, fue la solución que el gobierno de Agustín P. Justo encontró a esta delicada problemática.

Básicamente, la norma apuntaba a la drástica reducción de la producción ¬-no se mencionan los métodos-, objetivo que consiguió con creces. En 1936 la elaboración de vino se había reducido en 600 millones de litros. Tanta eficiencia no fue gratuita y los entrerrianos recuerdan con mucho dolor aquellos días. «Fue muy drástico, una bofetada al productor, muy triste», señala la historiadora Celia Vernaz. «Llegaban los empleados municipales -agrega- a romper alambiques y toneles para que no se produjera más, derramaban el vino, el trabajo se perdía, tiraban la producción, fue vergonzoso». Esta decisión de política económica benefició abiertamente a Cuyo, ya que las autoridades consideraron que Entre Ríos tenía otras fuentes de producción. Así, dicha norma puso fin a la vitivinicultura en la provincia: todas las grandes bodegas cerraron y la actividad quedó circunscripta a la elaboración de vino para consumo familiar.

 

Nuevos tiempos

La prohibición de cultivo de uva para vinificar se mantuvo para Entre Ríos hasta 1993, cuando por iniciativa del senador Augusto Alasino, se aprobó la ley 24.037 que estableció la liberación territorial para la plantación de viñedos. De ahí en adelante, fue posible producir y comercializar vino en toda la Argentina. Actualmente, la provincia cuenta con tres bodegas industriales: Vulliez Sermet, BordeRío y Los Aromitos. «Además, hay cuarenta viñedos registrados como tales -diez tienen autorización para elaborar vino casero- pero se cree que hay muchos más, casi unos cien», asegura Domínguez Soler, quien editará a fin de año el segundo libro sobre este tema, «Historia del vino en Entre Ríos».

Los Vulliez Sermet fueron los pioneros de esta segunda etapa. Incentivados por los relatos del abuelo Carlos Miguel, quien vivió aquellos años de prohibición, se lanzaron a la tarea de revivir el trabajo en la viña. Ellos, son una de las tantas familias que durante cuatro generaciones habían vivido en Entre Ríos de la pequeña bodega, en su caso fundada por Michel Vulliez Sermet, un poco después de su llegada a Colonia San José hacia 1860.El nuevo inicio se forjó con plantines traídos de Cafayate. En 2002 adquirieron una bodega de 1874 que perteneció a la familia Favre, en Colón, con 6 hectáreas, donde hoy cultivan Chardonnay, Merlot, Malbec, Cabernet Sauvignon, Syrah y Tannat. Con estas cepas producen vinos y espumantes que llevan el nombre del linaje familiar. Además de la visita a la bodega, ofrecen varias cabañas para los viajeros que quieran disfrutar la experiencia completa.

BordeRío, ubicada en Victoria, propiedad de Verónica Irazoqui y Guillermo Tornatore, abrió un poco después. Cuentan con 18 hectáreas de viñedos y olivares y una producción de vinos -Injusto- y espumantes -BordeRío- que juntos alcanzan hoy las 50.00 botellas, aunque las instalaciones permiten crecer hasta 100.000 anuales.Allí se organizan diferentes actividades para recibir a los interesados en disfrutar de sus vinos y descubrir las cualidades de esta zona que, algunos llaman la Pequeña Burdeos.

Los Aromitos, en Crespo, es el tercer emprendimiento. La bodega trabaja desde el 2011 y fue creciendo lentamente hasta adquirir hace unos tres años la categoría industrial. Aquí, elaboran su etiqueta Ára con la cosecha de los viñedos de Tannat, Syrah, Merlot y Malbec que poseen en Colonia Ensayo, departamento de Diamante, a unos 50 km de distancia. La bodega está abierta al turismo previa cita.

La Nación – Gabriela Pomponio

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