Más de un 90% de los pacientes con sobrepeso y obesidad presenta falta de inteligencia emocional para controlar la ansiedad, el estrés, la angustia, los miedos, que suelen canalizar en la comida, asegura una especialista en nutrición.
En el mundo, 1.900 millones de adultos tienen sobrepeso u obesidad y 41 millones son niños menores de cinco años, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En la Argentina, afecta a dos de cada 10 adultos y su prevalencia va en aumento. Además, somos el segundo país de la región con mayor tasa de obesidad infantil, con un 9,9% de menores de cinco años afectados, según datos de la FAO/OMS.
Esta enfermedad no transmisible trae consigo complicaciones, como diabetes tipo 2, hipertensión arterial, hipercolesterolemia, hipertrigliceridemia, afecciones del aparato óseo o cuestiones cardíacas y cerebrovasculares, como accidentes o infartos. También se demostró que una persona obesa de larga data tiene mayor tendencia a desarrollar distintos tipos de cáncer.
«En líneas generales, se toman como determinantes de la obesidad la dieta y el ejercicio, o se piensa que tiene impacto en un único entorno, sin involucrar trasversalmente a los diferentes actores que intervienen. Por el contrario, considero que debe ser atendida integral y multidisciplinariamente, tanto desde el sector público como privado», opinó la doctora Andrea Miranda, médica nutricionista y directora médica de la Sociedad Argentina de Estética y Nutrición Integral (SAENI).
En este sentido, considera que más de un 90% de los pacientes con sobrepeso y obesidad presenta falta de inteligencia emocional para controlar la ansiedad, el estrés, la angustia, los miedos, que suelen canalizar en la comida.
«Esta cuestión resulta primordial para generar nuevas conductas que se sostengan en el largo plazo y lograr el éxito en un tratamiento», remarcó.
Según apuntó la experta, algunas cuestiones a tener en cuenta para lograr el cambio de actitud necesario para mantener hábitos alimenticios saludables, son:
1) No seguir dietas restrictivas ni `milagrosas’: esta clase de dietas no son balanceadas, variadas ni se ajustan a los gustos, la actividad física o las patologías asociadas de cada persona. Son estándar, restringen uno o varios grupos de alimentos; de ninguna manera enseñan hábitos saludables. Por ello son difíciles de sostener en el tiempo y producen efecto rebote. Un plan nutricional, por el contrario, sí tiene en cuenta las particularidades del paciente antes mencionadas. De este modo, las nuevas costumbres adquiridas mantienen la salud emocional, mental y física del paciente. Para que el descenso de peso sea saludable se deben bajar entre 500 gramos y un kilo por semana, subraya Miranda.
2) Cuatro comidas y dos colaciones al día: por la mañana estamos apurados y muchas veces tomamos una infusión ligera o directamente nada. Entonces, a las dos o tres horas, estamos más cansados y nutricionalmente no estamos aptos para desarrollar nuestras actividades. Como consecuencia, la primera comida que realicemos seguramente no va a ser adecuada en cuanto a la calidad y cantidad de las porciones. En necesario realizar siempre las cuatro comidas diarias principales y las dos colaciones, sin saltearlas ni picotear entre horas. Lo ideal sería planificarlas desde el día anterior para no tentarnos con comida al paso.
3) Controlar la cantidad y calidad de las porciones: lo recomendable no es privarse de los gustos, sino incorporarlos con moderación, disfrutándolos y manteniendo una alimentación equilibrada el resto del tiempo. Una porción saludable es aquella que el cuerpo requiere de acuerdo a la edad, la altura, la cantidad de actividad física que realiza, las enfermedades existentes, las etapas fisiológicas -por ejemplo, embarazo, lactancia, entre otras- para funcionar óptimamente y suplir las demandas diarias. Respecto a la calidad, hay que incorporar legumbres, frutas, vegetales y carnes magras que nos van a dar más saciedad y disminuir -aunque no eliminar- las harinas. También es importante leer las etiquetas de los productos que consumimos y no creer que un producto porque viene en un envase verde no engorda, porque es más liviano, pero sigue sumando calorías.
4) Diferenciar entre hambre y ansiedad: elegir lo que consumimos es parte del equilibrio psicoemocional que nos mantiene saludables y los excesos siempre nos llevan a romperlo. Estos desbalances pueden traer como consecuencia el sobrepeso y la obesidad. En general, nos tentamos con la comida chatarra, aquella que no posee valor nutricional, solo suma calorías, azúcares, sal y grasas saturadas. Estos productos desencadenan en nuestro cerebro el deseo de consumir mayor cantidad, son adictivos. Entonces consumimos más calorías que las que nuestros cuerpos pueden quemar.
5) Realizar una actividad física que nos agrade y dormir bien: caminar al menos 30 minutos por día mejora nuestra actividad cardiovascular, ayuda a mantener el peso corporal, canalizar tensiones y previene y reduce la hipertensión arterial, la diabetes tipo 2 o el colesterol alto. El ejercicio aeróbico en general es lo recomendado para perder calorías; por ejemplo, caminar, correr o trotar, hacer natación o spinning. Si lo hacemos al aire libre, aumenta la producción de serotonina, neurotransmisor que está asociado al bienestar. Es importante elegir una actividad física que nos guste. Además, hay que dormir entre seis y ocho horas diarias para evitar aumentos de peso.
6) La lactancia materna previene la obesidad en adultos: al menos un 50% de los casos de obesidad en adultos podría prevenirse si desde la niñez se adquieren hábitos alimenticios saludables. Con la lactancia, dentro de la primera hora de vida y hasta al menos los seis meses, se genera un hábito saludable en que el niño come menos cantidad, pero con mayor frecuencia, a la medida de sus necesidades.
Para prevenir la obesidad, los padres deben contribuir a una alimentación consciente desde el comienzo, por ejemplo no agregando azúcar a los alimentos para que su paladar se acostumbre al sabor natural de los mismos y dándoles opciones saludables como alternativas a las golosinas.
Hay que involucrar a los niños en la planificación de las comidas, para que puedan optar, dentro del abanico de alimentos saludables, por aquellos que se ajusten a sus gustos y, así, asegurarnos que los van a comer y se van a alimentar bien.