Discursos políticos, nuevos sujetos sociales, tradiciones partidarias, oportunismos. Un cúmulo de variables que explican que lo impensable esté cerca de ser real en la Argentina que gobierna Mauricio Macri.

Los segundos que muestran al Presidente enredado en la señal de la cruz son apenas un aspecto muy secundario del asunto. Muestran en todo caso un desparpajo, una insolencia inédita en la historia institucional respecto de la autoridad de la iglesia, esa que no ha cejado en su intento de imponer sus criterios a la vida de todo quien habite el suelo argentino.

Es un gesto apenas, un costado del asunto, un descuido tan irreverente que podría explicar que un día Mauricio Macri sorprenda habilitando el debate en el Congreso de la legalización del aborto, asunto con el que, por otro lado, no está de acuerdo.

No siempre fue así. Allá por 2012, dueño y señor del gobierno porteño, Macri supo ser gentil por demás con el poder eclesiástico que pretende legislar en la Argentina. Sus gestos hacia las sotanas lo llevaron a echar sin miramientos a un ministro de Salud del gobierno porteño; otra vez no le tembló el pulso para vetar un protocolo de actuación ante abortos no punibles que se había sancionado en 2012 siguiendo de pe a pa el fallo F.A.L. de la Corte Suprema.

Pero lo cierto es que recién empezado el 2018, con un contexto político adverso, Macri volvió a ser el que no sabe la señal de la cruz, el que no logra un gesto del Papa Francisco; el que como cuentan los medios más cercanos a la Rosada no tiene mayor convicción en su postura respecto del aborto, bien diferente de lo que sucede entre la dirigencia del espacio político que fundó y que hoy gobierna la Argentina. Bien distinto de las expresiones ideológicas que conviven bajo un paraguas que cobija a los sectores más retrógrados de la política nacional.

Fue Macri -tal vez no sea tan extraño- el que dio luz verde al debate en el Congreso. La marea de mujeres levantó el guante y ya nada fue como estaba previsto. Cada legislador fue interpelado, cada partido político, casi ningún argentino permaneció ajeno al debate que atraviesa la sociedad, la cultura, la historia política y las convicciones más íntimas.

Lo hizo Macri. Y probablemente no hubiera sido posible en otro contexto político. Menos aún en uno marcado por los tiempos del peronismo.

 

Identidades

Fue mayoritaria la postura en contra del aborto entre los legisladores de Cambiemos. Hasta último momento, buscaron una bajada de línea de la Rosada que cambiara el destino en Diputados. Pero Macri cumplió hasta el final con su idea de no meter la cuchara en el debate. Sólo se especula que hacia el final cruzó los dedos -y levantó un par de teléfonos- para que el proyecto se aprobara.

No podía ser de otro modo. Nadie puede decir a ciencia cierta que hubiera pasado con el tsunami verde que esperaba fuera del Congreso. Y por lo demás, tal vez y más allá de su opinión personal, si finalmente se legaliza el aborto, Macri podrá anotar en el haber de su gestión un día histórico por dar respuestas a un reclamo de cientos de miles en todo el país. No está mal cuando todo indica que su mandato llevará la marca de conculcador serial de derechos.

Bajo el liderazgo de Macri, los sectores más conservadores de la Argentina encontraron su espacio. También están bajo ese paraguas, aunque sean una expresión menor, todos quienes se sienten identificados con el liberalismo político -que viene a veces de la mano del neoliberalismo económico- y la promoción de los derechos individuales. A esos sectores interpeló con maestría el diputado Fernando Iglesias.

“Cambiemos”, exhortó a sus pares llamando a mirar los modelos de país para los partidarios de esa alianza, Estados Unidos y Europa. Les mostró un mapa del mundo, ubicando en los países desarrollados del planeta la legalización del aborto. El discurso de Iglesias tal vez impactó en algún que otro PRO puro, seguramente de modo más eficiente golpeó entre los radicales que pueden adscribir con más historia a lo mejor de las tradiciones del liberalismo en la Argentina.

Apeló a esa historia el entrerriano Jorge Lacoste que recordó a Raúl Alfonsín y a su postura en la Convención Constituyente de 1994 impidiendo una cláusula constitucional que hubiera coartado el debate que se da hoy. El argumento le vino como anillo al dedo para marcar las contradicciones en el peronismo respecto del punto.

Iglesias lo intentó. Pero fue la imposición a las mujeres de credos ajenos lo que primó entre la dirigencia macrista, esa dirigencia que no terminó de entender la jugada de Macri cuando dio luz verde -justamente, verde- al debate en el Congreso.

 

Peronismo, mujeres y derechos

Hacen como pueden los peronistas con su historia. Repartidas entre el Frente Para la Victoria (FPV); la Argentina Federal; y el Frente Renovador, las voces del peronismo apelaron nada más y nada menos que a las “20 verdades” para rechazar el proyecto en discusión.

Es que el “relato peronista” tradicional entona mejor con José Luis Gioja o Mayda Cresto que con cualquier precepto feminista por más advocaciones a Evita que se formulen. Evita, que no fue madre y que legó el derecho al voto por el que pelearon las feministas de entonces.

Quién sabe “si Evita viviera” qué pensaría del debate que protagoniza el presente político. Pero allí están “las verdades” para fundar desde “el peronismo” las voces más retrógradas, junto con las presunciones acerca de modelos de madre, descripciones forzadas de “las madres pobres” e imposiciones para todo quien no se sienta a gusto con las definiciones a cargo de Gioja o Cresto.

El kirchnerismo es cosa bien distinta (el FPV aportó la mayor cantidad de votos favorables). Sus voceros -en buena medida con historias ajenas al PJ- no hablaron desde el peronismo sino desde el marco conceptual de los derechos. En esa bancada fue minoritaria la postura de Julio Solanas, por la negativa, que no dio sus fundamentos en el recinto y que seguramente no eran tan distintos de los que esgrimieron Gioja o Cresto.

El kirchnerismo, que marcó una década con nuevos derechos sociales, civiles, políticos, votó mayoritariamente a favor del proyecto. Se mezclaron argumentos, convencimientos, oportunismos junto con la decisión de representar “a ese sujeto que expresa el mayor punto de conciencia colectiva”, manifestó Gabriela Cerruti que lo señaló sin vueltas: “Ese sujeto está allá afuera, tiene un pañuelo verde, es feminista y es joven”.

Sin embargo, no es el peronismo y sus “20 verdades” los que mejor lo expresan.

 

Plataformas

Son los partidos de izquierda los que incluyeron históricamente el derecho al aborto en su plataforma. Y he aquí las paradojas. Tres voluntades en la Cámara de Diputados expresaron a la izquierda, argumentaron y votaron según su plataforma.

Tres, apenas, cuando afuera, en el Congreso, eran cientos de miles los que engrosaban la presencia política de ese nuevo sujeto, imparable, del que habló Cerruti.

También el socialismo incluyó en su plataforma el derecho al aborto. Y aquí otro contrasentido: su único representante en la Cámara de Diputados, Luis Contigiani, decidió dejar de lado el mandato socialista. Las contradicciones no lo llevaron a renunciar a la banca si no a ensayar un discurso muy bien entonado para votar finalmente en contra de los derechos reclamados por las organizaciones de mujeres.

Otra vez resuena la pregunta acerca de por qué fue posible el avance que hasta aquí se dio con relación al aborto, por qué se dio ahora y no fue posible antes. Probablemente hay un cúmulo de variables.

Una organización y un poder de convocatoria inéditos para el movimiento de mujeres que se hizo visible como nunca antes en torno al #Niunamenos.

Hay también un peronismo que pasó por el tamiz de la década kirchnerista; que desde su expresión más tradicional le niega a las mujeres la soberanía sobre sus cuerpos pero que a su vez, desde el rol opositor se atreve a mirar de otro modo la cosa.

No es posible dejar de lado la confluencia de sectores en el Cambiemos que hoy gobierna en el país. Esa mezcla de rancio conservadurismo con liberalismo político y una organización verticalista que mira desorientada a un líder que se empeña en enredarse con la señal de la cruz.

Fuente: Página Política

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