Nos estamos refiriendo a la noticia vinculada con la sedicente inauguración en la ciudad de Colón, el pasado 11 de febrero, de un centro modular, el que hasta el momento continúa sin estar habilitado su funcionamiento, transcurridos más de dos meses del acto indicado, y en momentos en que estamos transitando el punto aparentemente culminante de la segunda ola de la pandemia.

Es que como es también sabido, en la actualidad funciona tan solo como vacunatorio, careciendo no solo de personal sino del mobiliario y aparatajes que permitan su utilización para cumplir con su verdadero destino. Una información, la que a juzgar por la cantidad de comentarios que mereció de nuestros lectores, dado lo cual cabe pensar que los mensajes recibidos constituyen una pequeña parte, la que de todos modos fue suficiente para levantar una furiosa y a la vez indignada polvareda. Algo que, hasta cierto punto al menos, viene a compensar la vergüenza que provoca ese fiasco; ya que es una prueba más del hecho resulta cada vez mayor el número de integrantes de nuestra sociedad que están cansados de que se les mienta.

Dado que no es otra cosa, en nuestro caso concreto, inaugurar algo que no está en condiciones de funcionar. Un hecho que es de una frecuencia tan grande en nuestro país, que no puede menos que considerar aceptado el hecho de que existan obras públicas en las que se está en presencia de su “inauguración plural”, dado que una y por enésima vez “se la sigue inaugurando”, de una manera indefinida, como bien lo expresaba uno de nuestros lectores comentando la noticia.

En tanto, en la ocasión quisiéramos referirnos, a lo aquí sucedido –que como ha quedado dicho, es cada vez más usual a medida que se incrementa la desvergüenza- desde una perspectiva distinta. Comenzado por señalar, que debe atenderse a una circunstancia no siempre percibida, cual es que es cada vez de una magnitud menor la dimensión de las acciones cuya ejecución – cuando es el caso que ella ocurra en forma plena- sirven de excusa, más que de motivo justificado para la celebración.

Como cabría decir, conscientes de la circunstancia que, por ahora al menos estamos exagerando, las cosas hasta extremos que erróneamente podrían entenderse por disparatados; en el futuro se diera el caso de asistir a la organización en forma de fasto inaugural del “día del reparto de golosinas a los <niñes>”. A lo que se agrega, algo que no esclarecíamos del todo al principio. Cuál es el hecho que estas inauguraciones fallutas -por ser mendazmente anticipadas- configuran una falta de respeto por partida doble, cuando no inclusive triple.

En primer lugar, el que después de disponerla, se lleva a cabo el acto mentiroso con la que se viene a realizar nada más que una suerte de “representación teatral”, que atento a su condición gubernamental deberá abstenerse de llevar a cabo, si actuara seriamente acorde con lo que es esperable.

Después, resulta una falta de respeto, a quienes carecen de alternativa a su obligación de participar en esa “representación teatral”, ya que deben “tragarse el sapo” al tener que hacerlo –salvo el caso de quienes se consideren partícipes del engaño- por su rol funcional.

Por último, a todo el pueblo al que de una manera de intensidad variable, se lo hace cómplice de esa representación. De donde, lo expuesto da que pensar que todo seguirá entre nosotros igual, mientras nos sigamos mintiendo.

Crédito: El Entre Ríos

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