Llama la atención, y se han ocupado de ponerlo de relieve observadores solventes, el hecho que en nuestros ámbitos gubernamentales hace un ruido insoportable el silencio de radio que se ha guardado frente a la trágica medición que acaba de conocerse, referente a los niveles de pobreza y de indigencia en nuestro país, en el año que pasó.

Una circunstancia que lleva a pensar se debe adoptar, de manera urgente, una serie medidas por las que se fije un rumbo a nuestra economía que revierta, de una manera positiva, nuestro actual estado de desorientación (por decirlo de la manera más benevolente posible) que puede llegar a tener consecuencias desastrosas, de una dimensión imprevisible.

No debe ello extrañar, si se tienen en cuenta los esfuerzos intensos, con los que resulta evidente que se trata en la actualidad de disimular, cuando resulta imposible ocultar del todo, los escándalos que permanecen abiertos en materia de corrupción pública, así como los ataques a la administración de justicia centrados en lograr lavar la cara a funcionarios de la anterior etapa del actual régimen, muchos de ellos no solo procesados y en la etapa del juicio, sin olvidar los que ya han sido condenados. A lo cual se añade el maltrato con el que se trata de asfixiar a los medios de comunicación social independientes, y la incipiente acción de adoctrinamiento, que ya más que se insinúa, en diversos niveles de la educación pública.

Es que debe reconocerse que hacen bien en callar los miembros de la invisible Comisión de Lucha contra el Hambre, creada durante la actual administración; de la cual, en mi caso, no recuerdo el nombre de sus integrantes salvo el caso de Tinelli, el que no debió sumarse evidentemente a ella estando como está, absorbido por otros menesteres.

Debe admitirse y resaltarse el hecho que el ministro de Desarrollo Social Daniel Arroyo (a quien le ha tocado bailar con la más fea, inclusive que al de Salud cuya acción, sin negarle su jerarquía, es sobre todo más notoria por su urgencia, en la presente coyuntura) es el que se haya animado a cargar sobre sus hombros la difícil misión de ponerle el pecho a los mencionados índices de medición de la pobreza entre nosotros y en la actualidad.

Y contra algo que muchos repiten con sorna, en su afirmación acerca de cuál es la vinculación entre los actuales niveles de pobreza y el elevado precio de los alimentos, estimo que en ella existe una parte de verdad.

Es que en los vestigios escasos e imprecisos que todavía subsisten en la memoria colectiva de lo que fue la crisis mundial económica y social de los años treinta del siglo pasado, no puede dejar de atenderse al hecho que lo único que habría amortiguado el golpe que significó para nuestro país esa crisis, fuera que el precio de los alimentos se mantuvo bajo, dado que el llenar la olla, resultaba al menos relativamente barato.

Pero la afirmación de Arroyo es, como decía, una verdad a medias, porque en su explicación pasa por alto la diferencia existente entre las dos situaciones. Ya que esos eran tiempos de deflación, una palabra que suena extraña en nuestro lenguaje coloquial, y que es tan perversa como la inflación, por la que debe entenderse una situación de exceso de oferta que puede provocar una disminución generalizada de los precios o una recesión económica.

Mientras que el caso nuestro, no se da que vivamos una situación deflacionaria sino, por el contrario, el hecho es que vivimos sacudidos por una inflación desbocada. Es más, de recesión más inflación, algo que significa una situación todavía mucho más explosiva que la inversa.

 

La geografía del hambre

Resulta de interés traer a colación una personalidad brasileña y una obra suya que tuvo gran difusión en la mitad del siglo pasado, donde en el mundo se miraba de una forma escandalosamente resignada a la tragedia que significa el hambre como verdadera enfermedad social; y se la veía tantas veces en quienes la padecían, como un fatalismo del destino.

Se trata del médico brasileños Josué de Castro, quien publicó en 1947 un libro con el título de Geografía del Hambre, obra que tuvo formidable acogida en los círculos científicos y políticos, preocupados por el problema de la alimentación de la humanidad. En dicho libro describe con criterio médico y geográfico el hambre en Brasil.

Según lo destaca un estudioso de la trayectoria del nombrado, de Castro publicó en 1951 Geopolítica del Hambre, para exponer lo mismo que hizo en Brasil, pero esta vez el marco referencial fue el Mundo. Señala también que este médico sabía que la derrota del hambre no era fácil y que su tratamiento delicado; y que a él le costó, en 1964, el exilio con otros compañeros de la gestión de Joao Goulart.

Relata también que en ese tiempo hizo varios vaticinios de cuándo se resolvería el problema del hambre, no obstante aseguró que en… el año 2000 (¡!), con seguridad, la tierra estaría libre del vergonzante flagelo.

Vaticinio que sabemos incumplido a pesar del esperanzado optimismo de ese autor, ya que resulta evidente que estamos lejos de haber alcanzado esos resultados, sin que ello signifique desvalorizar los esfuerzos de la FAO, algunos países y varias organizaciones no gubernamentales que ven en sus aportes para acabar con ese flagelo, su objetivo.

Es que, como señala ese glosador de la obra de De Castro, el hambre no sólo no desapareció, sino que en algunas regiones y naciones -como en el caso de la República Argentina – la desnutrición recrudeció.

A mediados del siglo XX De Castro afirmaba que dos de cada tres habitantes de la tierra sufría hambre. Hoy la relación ha bajado pero todavía hay un hambriento por cada seis o siete personas, de modo que aún hay alrededor de 1.000 millones de pobres extremos, como los llama Jeffrey Sach.

 

Acabar con el hambre, un objetivo concreto y no solo un mero clamor

Debe observarse que si bien todas las anteriores consideraciones giran en torno al anuncio reciente, referido a la más que preocupante disparada en los niveles de pobreza, me he abstenido de mencionarlos tanto en el caso del índice general del país, como de particularizadas situaciones locales, por cuanto es mi intención que el presente desarrollo permanezca totalmente ajeno a cualquier especulación de carácter político partidista, dado que su objeto es no caer en esa ominosa corruptela, sino hacer un aporte a la necesidad de que se tome clara conciencia de la gravedad del estado de cosas en que estamos inmersos, de manera de lograr la elaboración y su posterior e inmediata puesta en marcha de las políticas de estado indispensables para superar esta coyuntura, la que por su duración y agravamiento ha dejado de serlo, para convertirse en una endemia.

Debo advertir que, en ningún momento, he dejado de tener presente los casos puntuales de desamparo, frente a los cuales deberían ser siempre pocos los esfuerzos de transformar en remedio la empatía que despiertan, pero independientemente de ello se hace necesario el abordaje del problema de la pobreza y del hambre, como fenómeno social. Para decirlo en forma cruda, no se trata de centrar el planteo en la actual situación de Maia, la niña reaparecida, la que a partir de esta última circunstancia ha dejado de ser noticia y se la tragado el olvido colectivo. Es que de lo que se trata es que cada vez sea menor el número de Maias, hasta que nos aproximemos, lo más posible, a lo que será su extinción total.

El avanzar en ese sentido, a la vez, exige partir del presupuesto, tan repetido que su mención se ha vuelto obvia, algo que también provoca esa circunstancia en la mayoría de nosotros, que ni los hombres somos islas, ni es posible salvarse en soledad.

Acabar con la pobreza y el hambre significa no otra cosa que el hecho de que nuestra sociedad ha reasumido el rumbo perdido de ser un ser una empresa común, que requiere para el logro de sus objetivos el aporte solidario (un concepto ahora devaluado) y equitativo (otro, esta vez desaparecido) de todos.

Esa es la única manera en que se podrá terminar con el dominio sofocante que para nuestra sociedad, significa la existencia de oligarquías de diversa naturaleza, con intereses entrecruzados; al mismo tiempo que sus oposiciones. Oligarquías a las que erróneamente se las considera conformando la dirigencia de la sociedad, en la cual los consensos precarios y conflictos tienen que ver con la defensa o la expansión de sus propios intereses, dejando al bien común en un lugar subordinado, si es que para él queda espacio alguno.

Por décadas hemos sido, como consecuencia de esa circunstancia una sociedad bloqueada, hasta llegar a la situación actual de carácter terminal en que se asiste al agotamiento del modelo, al margen de las instituciones a las que, actuando de esa manera, no han sido respetadas.

De esa manera, para ilustrar la situación con un solo ejemplo, apelando a la neo lengua orwelliana (donde la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza) el Ministerio de Desarrollo Social debería llamarse, si no el gobierno todo, el Ministerio de la Estabilización en un Estancamiento Social Permanente… y ello en el mejor de los casos.

El Entre Ríos

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