La Argentina forma parte de un grupo de una veintena de economías a nivel mundial en las que se puede hablar de brecha cambiaria porque hay más de un tipo de cambio. Y, por estos días, se habló más que nunca: la diferencia entre el dólar oficial mayorista y el paralelo ronda el 116%, el nivel más alto de -al menos- los últimos 31 años, solo comparable a la de la hiperinflación de 1989: en junio de ese año llegó a 110%, según datos de la consultora FMyA.

Esa brecha -que es similar en la comparación del oficial con el contado con liquidación, por ejemplo- tiene impacto sobre las expectativas y los comportamientos de los actores de la economía. La razón principal es que cuanto más crece la diferencia entre el tipo de cambio oficial (contenido por las regulaciones oficiales) y los que están por fuera de esas restricciones, se lee una mayor probabilidad de devaluación en el mercado oficial, fogoneada por la lupa puesta sobre las reservas netas del Banco Central, que son cada vez menores.

A grandes rasgos, el gran problema de la brecha es que es formadora de expectativas de corrección cambiaria y, a la vez, retroalimenta ese proceso. Así lo explica Gabriel Caamaño, de la consultora Ledesma: «En la medida en que va creciendo la diferencia, se profundizan todos los comportamientos de cobertura que hacen los agentes para prevenir las consecuencias de una futura depreciación, y eso termina haciendo que la economía funcione peor, porque el productor de soja no vende, el industrial pierde insumos y el exportador pierde reservas».

Algo de eso se vio esta semana: el plan para atraer la liquidación del agro a través de la baja de retenciones no resultó del todo y se estima que el Banco Central tuvo que vender divisas cuatro de las cinco ruedas. «El productor hoy está parado sobre la soja y los cereales: si cree que el dólar va a saltar fuerte, no los va a largar», resume Esteban Domecq, de la consultora Invecq. «Además, actúa en un mercado cambiario distorsionado: la brecha entre el dólar que recibe (el oficial menos las retenciones) y el libre, oscila el 190%», añade.

La brecha termina de socavar lo que quedaba de oferentes privados de dólar (es decir, vendedores) en el mercado oficial. Fernando Marull, de la consultora FMyA, suma un dato: si se compara agosto de 2019 contra el de este año, la cantidad de vendedores pasó de 700.000 personas a 90.000. El economista es quien hizo el cálculo comparativo: asegura que este nivel de diferencia solo es comparable a la de la hiperinflación de 1989.

En el mismo sentido, también incentiva a los compradores a aprovecharse de esa brecha, que da la sensación eterna de que el dólar está barato, «aun cuando descontado con la inflación no lo esté», apunta Matías Rajnerman, de Ecolatina. «Hay muchas empresas sobrestockéandose de importaciones: la economía está en rojo por todos lados, pero las importaciones desde Brasil crecieron en septiembre, algo bastante llamativo, y crece la demanda de dólares de importadores para cancelar deudas y pagar de manera anticipada», describe.

Por otro lado, dice, incentiva los comportamientos elusivos: la subfacturación en el caso de las exportaciones y la sobrefacturación en el caso de las importaciones. Son «ardides» que se intentaron frenar con precios de referencia y otras medidas de Aduana, pero que no se pudieron controlar del todo, señala el economista.

La diferencia entre el oficial y los demás tipos de cambio también podría empezar a comprobarse en la inflación. «Si las empresas tienen que conseguir una parte de sus dólares para pagar deuda en el mercado bursátil por las restricciones oficiales, un tipo de cambio más alto que el oficial, eso queda implícito en la lista de precios nueva», detalla Juan Ignacio Paolicchi, de EcoGo. Domecq añade que tal nivel de brecha «genera una destrucción patrimonial del balance de las empresas», ya que las que están fondeadas en dólares tienen que valuar una parte de sus costos al oficial y otra al financiero.

Claro que en las últimas semanas también se vio la cara feliz de la brecha: la reactivación de la venta de autos y de la construcción. «Los argentinos están sentados en una montaña de dólares, que son los que no están en el sistema financiero -señala Marull- y esos dólares se valorizaron inmensamente, así que se pudieron aprovechar».

Pero, por más consecuencias que tenga en uno y otro sentido, los economistas aseguran que no es conveniente hacer demasiado para bajarla desde el techo. «Si le vas a pegar a la brecha, pero no cambiás nada de lo que te genera esa brecha, no se va a modificar nada: la diferencia no es el problema, sino el resultado», concluye Caamaño.

Sofía Terrile, La Nación
Radio: 102.5 FM | TV: Canales 52 & 507 | LRM774 Génesis Multimedia ((HD Radio & TV))