El Presidente sacó ventaja y solo tuvo que lidiar con Espert. Mientras que su rival del Frente de Todos intentó ir al contrataque y le fue mal.

Más le hubiera valido a Alberto Fernández hacer en este segundo debate lo que hizo Mauricio Macri en el primero: no contestar, mantenerse en el propio libreto y ser indiferente a los ataques de los adversarios. Tal vez si lo hacía, corría el riesgo de lucir pasivo, como le pasó la semana pasada al actual Presidente, que en varios momentos no contestó las acusaciones que le hacían. Pero minimizaba los de meter la pata.

Si su idea era conservar los apoyos con que ya cuenta, seguro de que le alcanza para una victoria cómoda, un criterio razonable después de haber estado suficientemente a la ofensiva en el primer round, era la mejor opción. En cambio intentó ir al contrataque. Y le fue mal. Con lo que demostró que no siempre es cierto eso de que la mejor defensa es un buen ataque.

Así se pudo ver cuando la fue de compadrito ante el recuerdo de que había dejado el gobierno de Cristina Kirchner en 2008 sin denunciar ni un solo acto de corrupción. «¿Y vos en el grupo Macri, no viste la corrupción? A mí no me vas a correr». Con su respuesta se autoinculpó. Y no mejoró por más que pretendiera arrastrar consigo a su adversario en la caída, enredándose en una referencia al padre de Macri que encima le ofreció a este la oportunidad de mostrarse como un hijo ofendido en la memoria del padre ausente.

O como cuando se autopromovió para darle «clases de decencia» a José Luis Espert. Sonó un poco mucho para alguien que tenía que levantar las acusaciones de cleptocracia y asociación ilícita.

Era, claro, un terreno de por sí complicado para el candidato del Frente de Todos, y se sabía. Pero tampoco él sacó mucha ventaja en los temas que le eran favorables, como pobreza y empleo, dos rubros donde indiscutiblemente el gobierno de Macri fracasó.

Le permitió a hablar libremente de lo mucho que habían mejorado los bienes públicos durante su gestión, y que habían mejorado así las condiciones de vida de la población de menores ingresos, haciendo referencia a seguridad, transporte y otros rubros (¿pero acaso no es la moneda un fundamental bien público, y el que más afecta a la pobreza?), y propuso una «comisión» sobre el hambre de la que no supo explicar en dos palabras qué iba a hacer.

Fue la única referencia de Alberto, durante todo el debate, a una iniciativa o propuesta, junto a la de otra comisión, sobre seguridad, tema en el que también fue flojo. Las referencias a que la desigualdad generaba el delito y por tanto la inseguridad sonó demasiado en sintonía con los argumentos de Axel Kicillof sobre el aumento del menudeo de drogas por el desempleo: esa explicación es una justificación del delito, ante todo discutible, porque hay sociedades tan desiguales como hemos llegado a ser nosotros, y que sin embargo «al menos» tienen seguridad y justicia) y que para peor sólo puede significar para los ciudadanos que esperan que la policía haga su trabajo, que mientras no haya igualdad no tendrán respuesta del Estado.

Macri en toda la noche solo tuvo que lidiar con el desafío de Espert, que igual que en el encuentro anterior fue contundente en la defensa de las ideas liberales. ¿Habrá perdido por ese lado algunos de los votos que pudo haber ganado por la ventaja que le sacó a Alberto en sus choques? Y por el deslucido papel de los otros contendientes, en particular Roberto Lavagna, que volvió a lucir deshilvanado, y se enredó en varios momentos en un discurso demasiado abstracto y pretencioso.

Puede ser, pero puede que tampoco importe tanto. Macri sacó ventaja, y termina su campaña con un in crescendo notable (el acto del sábado pasado no fue de menor importancia en la actitud más desafiante del candidato durante este segundo debate), para un candidato que viene corriéndola tan de atrás. Pero es de todos modos muy difícil que todo ese esfuerzo vaya a impactar seriamente en los muy consolidados guarismos que muestran las encuestas.

De todos modos, y habrá que ver qué sucede también en estos cuatro últimos días de campaña, en los márgenes seguramente influya, y también en la disposición con la que ganadores y perdedores se dispondrán a redefinir sus posiciones y roles, y actuar en consecuencia, desde el 28 de octubre en adelante. (TN)


El detrás de escena de un debate cargado de tensión desde el minuto uno

El candidato del Frente de Todos le recriminó delante del resto que, por el reglamento pautado, no podía estar en esa zona mixta en la que los postulantes esperaban para empezar el evento. El lugar en el que los seis se cruzaban antes de salir o entrar al aula magna de la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

El cruce, confirmado por el equipo del Frente de Todos y por el de Juntos por el Cambio, fue presenciado además por los fotógrafos de Fernández y de Roberto Lavagna, que también estaban en esos pasillos.

Una hora después, hubo tensión de nuevo. En el mismo lugar, en el segundo debate presidencial, el último, a una semana de las elecciones que en el Gobierno se ilusionan con dar vuelta, envalentonados por la multitudinaria marcha de la avenida 9 de Julio del sábado por la tarde. Fue después de que el ex jefe de Gabinete de Néstor y Cristina Kirchner mencionara a Franco Macri, fallecido en marzo, y lo vinculara con “la corrupción de la obra pública”. “¿No vio lo que pasaba en su familia? Después, cuando su padre murió, nos contó que él era el responsable de todo”, le endilgó el candidato K durante el segundo eje de discusión, “Empleo, Producción e Infraestructura”. Macri le había dicho que “se robaban la plata de las obras”, y citó a Julio De Vido, Ricardo Jaime y José López, presos por corrupción.

“Es de muy mal gusto citar a una persona que no está en este mundo y no se puede defender”, contestó el Presidente frente a cámara. Pero se quedó con la sangre en el ojo. En el primer intervalo, y antes de refugiarse en su camerino con sus asesores, volvió a recriminar la alusión a su padre. Fernández subió la apuesta: le dijo que era un “inmoral”, según aseguraron fuentes del Frente de Todos.

En el equipo de campaña de Fernández preveían que Macri buscaría confrontar mucho más en la noche de ayer. Desde Casa Rosada había trascendido que el Presidente iría en busca de esa confrontación, como publicó este medio. Y así lo hizo.

“Tengo un compañero que siempre da la cara”, tiró primero en alusión a Miguel Ángel Pichetto, sentado en el medio del auditorio -al final se acomodó en los primeros asientos-, en obvia contraposición con la candidata a vicepresidenta del Frente de Todos. “Así son ellos”, repitió el jefe de Estado en más una oportunidad. Y apuntó directo contra su principal contrincante: habló de la intervención del INDEC, de la importación de efedrina, del atentado a la AMIA, de Venezuela y de corrupción.

El ex jefe de Gabinete contestó con datos crudos de la pobreza, y con causas por corrupción vinculadas a la familia del jefe de Estado. Suelto, se trabó solo cuando intentó referirse a eventuales conflictos de intereses: “conflictos económicos”, dijo.

Fernández lo miraba. Por momentos se reía. En Santa Fe habían estado separados por los atriles de José Luis Espert, Juan José Gómez Centurión y Lavagna. Esta vez estuvieron pegados. Uno al lado del otro. A un metro de distancia.

Solo en un pasaje ambos candidatos rieron a la vez. Fue por la ocurrencia de Espert, que sugirió que debían “abrazarse”.

A un costado del escenario, mucho menos cerca que el domingo pasado por la capacidad del salón, los asistentes designados por ambos postulantes para entrar y salir del aula seguían el debate con atención. Marcos Peña, Juliana Awada, Fernando de Andreis, Julieta Herrero y Jaime Durán Barba en la primera fila. Detrás de ellos, Eduardo “Wado” de Pedro, Juan Courel, Matías Kulfas, Cecilia Todesca y Santiago Cafiero. También la pareja de Fernández.

Peña saludó a los dirigentes del Frente de Todos antes de sentarse en su butaca. No así Durán Barba, que no había viajado a la capital santafesina y llegó unos minutos antes del comienzo, con una carpeta entre sus manos. A diferencia de una semana atrás, el jefe de ministros y algunos de los integrantes del staff oficial tuvieron un fluido intercambio con los medios en la previa del debate.

Es que el Gobierno llegó a este segundo y último acto antes de las elecciones con otra impronta. “Había que administrar los tiempos. Hay que ver todo como un solo debate, en dos tiempos”, resaltó un colaborador de Macri que siguió la transmisión desde el camerino asignado para el Presidente.

 

Se invirtieron los roles

En el Frente de Todos, por el contrario, hubo mucho menos euforia que en Santa Fe, que terminó con la filtración de un video del candidato rodeado por sus colaboradores más cercanos, que cantaban exaltados.

Incluso hubo quejas por la organización: por los cánticos que salían de la oficina asignada al oficialismo -la más cercana al escenario- y por la ubicación en el auditorio de algunos funcionarios mezclados con dirigentes de la oposición. Pidieron, por ejemplo, que reubicaran a Eugenio Burzaco y a otros dos acompañantes.

Macri, que corre de atrás, y de lejos, eligió esta vez salir a atacar desde el minuto uno. Lo que había hecho el ex jefe de Gabinete en la Universidad Nacional del Litoral cuando nombró a Daniel Scioli, sentado estratégicamente en primera fila, y recordó las “mentiras” del Presidente en el debate de hace cuatro años.

“Ellos vinieron preparados para atacar, nosotros ya estamos pensando en el 28 de octubre”, adujeron desde el entorno de Fernández, con desdén. Para reafirmar que, para ellos, la elección está terminada. “Lo vi muy nervioso a Macri, como cuando vas a buscar el partido como sea en el minuto 88”, amplió con metáfora futbolera un dirigente de primera línea del Frente de Todos mientras se iba raudo de la facultad de Derecho, cerca de la medianoche.

No todo fue tensión, de todos modos: hubo saludos cálidos entre Pichetto y dirigentes del kirchnerismo y ácidas pero cordiales conversaciones de fútbol, por ejemplo, entre Diego Santilli y Juan Cabandié.

 

Pero Macri y Fernández polarizaron de principio a fin.

El apretón de manos del final volvió a ser tibio, desganado y desconfiado, como en Santa Fe. Ni siquiera se miraron, entre el tumulto del resto de los candidatos. El Presidente se fue rápido. El ex jefe de ministros del kirchnerismo esperó un rato en el salón azul de la facultad que conoce desde hace tiempo.

 

Saludos al final del debate

Después quedaron uno al lado del otro, para la foto del cierre de los seis postulantes juntos. Los dos reían. Macri fue el primero en abandonar el escenario, pero antes de irse le palmeó dos veces la espalda a Lavagna. El mandatario fue anoche a confrontar con el ex jefe de Gabinete para reafirmar al electorado duro y tratar de bucear en la pecera de los indecisos. Para tratar de dar vuelta la elección, también necesita birlarle votos al ex ministro de Economía.

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