Apenas 3,47 minutos le tomó a la jueza María Evangelina Bruzzo dar las novedades que debía dar este viernes 5, a mediodía: el Tribunal de Juicio y Apelaciones de Concepción del Uruguay rechazó el planteo de prescripción formulado por la defensa del cura Marcelino Ricardo Moya, lo condenó a la pena de 17 años de cárcel por los delitos de abuso sexual y corrupción de menores y no se hizo lugar al pedido de fiscales y querellantes para que espere en prisión que la sentencia quede firme.

Seguirá libre el cura Moya, pero con una certeza honda: para la Justicia es culpable de los cargos que pesaban en su contra. Es responsable de haber corrompido menores en nombre de Dios, en la casa de Dios.

En el amplísimo salón de los Tribunales de Concepción del Uruguay –una construcción tosca, una sala que se despatarra a lo largo y a lo ancho, un crucifijo colgado en la pared del frente, justo detrás del estrado que ocupan los jueces-, se sentaron, a un costado, los defensores del sacerdote –estuvo Néstor Paulete; Darío Germanier llegó más tarde-; enfrente, los querellantes, Florencio Montiel y Juan Pablo Cosso; al lado, el fiscal coordinador de Uruguay, Fernando Lombardi.

Pablo Huck y Ernesto Frutos, los denunciantes, buscaron un sitio resguardado pero no lo consiguieron. Las miradas de los muchos que ocuparon la sala los seguían con atención.

Ahí estuvieron, ora tomándose de la mano, ora mirando fijo a la jueza Bruzzo y su lectura serena de una sentencia en un delito que desgarra el alma. A veces miraban el piso; en algún momento no sabían qué mirar. En ese momento, en esos menos de cuatro minutos, su infancia robada pasó en un videoclip.

“Hoy apareció la esperanza de lo que se puede hacer de acá para adelante. Lo que me motivó a denunciarlo a Moya fue el poder evitar con mi denuncia que siguiera haciendo lo que ya hizo con nosotros”, dice Pablo Huck. “Hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance hacer. Lo otro fue el gesto de la Justicia de condenarlo, de decirle a estos delincuentes que si la sociedad los denuncia, hay condena”, cuenta.

-Cuando fue la lectura del adelanto de sentencia, y cuando se conoció la condena, vimos el llanto en los dos querellantes y en Ernesto Frutos. No lo vimos en vos. Te vimos como suspendido en algún punto. ¿Qué pasaba con vos en ese momento?

-¿Qué pasaba? No sé qué pasaba. Yo sabía que habíamos hecho todo, pero como había sido estafado con el abuso, no quería una nueva estafa. No quería cargarme de muchas expectativas, y no llegué cargado de demasiadas expectativas. Estaba como freezado. Creo que todavía no caí. Esto viene desde hace más de 25 años. No se resuelve en un día. Yo sabía que la condena se iba a dar, pero también sabía que la estafa y la mentira también están. He desconfiado tanto, que estaba en una situación ambigua. Pero ya está: el tipo está condenado. Lo otro que pasó es que quedó muy al descubierto el encubrimiento de la Iglesia.  Pero también ahora sabemos que todos en Villaguay fuimos víctimas de Moya.

No estuvo el cura Marcelino Moya en la sala este viernes. No estuvieron tampoco los fiscales Mauro Quirolo y Juan Manuel Pereyra. Los fiscales fueron suplantados por el fiscal coordinador de Uruguay, Fernando Lombardi.

A Moya nadie lo representó: prefirió la actitud huidiza, el silencio, resguardarse de sus víctimas, de la sentencia, del poder de la justicia.

Cuando la jueza fue hilvanando su relato, y quedó en claro que la condena a Moya era un hecho, llegaron las lágrimas. Lloraron los tres cuando la jueza Bruzzo dictaminó la culpabilidad de Moya.

Lloraron Ernesto Frutos, Florencio Montiel, Juan Pablo Cosso.

Pablo Huck quedó tieso, inmóvil, silente, con una expresión rara. No pudo llorar.  Aplaudieron todos cuando se leyó la sentencia, 17 años de cárcel para Moya. Lloraron todos, entonces.

Pablo Huck no pudo llorar en ese momento.

Pero lloraron los abogados.

“¿En serio fueron menos de cuatro minutos la lectura de sentencia? Para mí fue una eternidad”, se distiende Juan Pablo Cosso. Actuó como querellante junto a Florencio Montiel y en el momento en el que sucedieron los abusos de Moya, entre 1992 y 1997, en Villaguay, ni siquiera había comenzado la primaria.

“Esto es muy sanador, reparador tanto para Pablo como para Ernesto y también para todas las familias. Fue un fallo ejemplar, y no es menor que haya sido un fallo dictado en forma unánime. Y era imposible no llorar. Fue imposible de contener el llanto. Ha sido grande la lucha de todos para llegar hasta acá”, dice Juan Pablo Cosso, un joven abogado de 29 años.

Había pasado mediodía de este viernes 5 de abril y el ingreso a los Tribunales de Concepción del Uruguay mostraba que algo glorioso había sucedido. Abrazos, lágrimas, sonrisas, muchas fotos. Liliana Rodríguez, la psicóloga de la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico, había llegado de La Plata dispuesta a dejar suelto el festejo.

Primero, claro, lloró; después intentó arengar con un cántico –“Como a los nazis, les va a pasar…”- en medio de la sala, rodeada de policías. Luego de una salida dificultosa desde el 4° piso donde se leyó la sentencia –funcionaba un solo ascensor- sacó de su bolso unas bengalas de colores y pintó de un tono azulado el mediodía uruguayense.

Todos estaban aliviados y cargados de emoción, los ojos rojos, el músculo tenso, una paz extraña: la certeza de que el cura Marcelino Moya había sido condenado a 17 años de prisión por abuso y corrupción de menores.

La imagen del abrazo fundido entre Pablo Huck, Juan Cosso y Florencio Montiel impacta. Conmueve.

Después, Montiel dirá: “Estamos tranquilos, aliviados. Esperábamos esta condena”.

Ricardo Leguizamón / Entre Ríos Ahora

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