“Yo no le había dado importancia cuando empezó a tocarme la espalda. Pero, de repente, medio rápido, siento que me empieza a tocar el pecho, me mete la mano adentro del pantalón, y cuando me toca los genitales, me levanto y me lo saco de encima. Creo incluso que llegué a golpearlo para apartarlo de mí. El tipo me había tocado los genitales. Entonces, me lo saco de encima y me voy. Cuando me lo saqué de encima, me lo quedé mirando, como diciéndole: ¿Qué hiciste? Pero él no me podía mirar a la cara, miraba al piso. Me parece que no esperaba mi rechazo. Lo miré como pidiendo una explicación. No dijo nada. Salí corriendo de ahí”.

Ernesto Frutos, a punto de recibirse de abogado, todavía recuerda la escena que ocurrió en la casa parroquial de Santa Rosa de Lima, en Villaguay, mediados de la década de 1990, cuando estudiaba en el Colegio La Inmaculada y participaba de los grupos juveniles de la iglesia de su ciudad. Ernesto Frutos era un adolescente.

Estaba en la habitación del cura Marcelino Ricardo Moya, entonces vicario parroquial, porque había convocado a un grupo para organizar un partido de fútbol. Pero los que estaban no sumaban para conformar un equipo. Moya pidió que fueran a buscar refuerzos. Se fueron todos. Casi todos. Ernesto Frutos se quedó.

“Vos no. Vos quedate”, le pidió.

Se quedó.

Entonces ocurrió el abuso.

Ernesto Frutos se guardó aquella escena durante años hasta que en 2015 decidió presentarse en la Justicia. Es uno de los dos denunciantes que llevó a juicio al cura Marcelino Moya. El médico Pablo Huck es el otro. Los dos se presentaron la fría tarde del lunes 29 de junio de 2015 ante el fiscal Juan Francisco Ramírez Montrul y contaron sus historias de abuso.

Y este miércoles 20, desde las 9, estarán en Concepción del Uruguay como los dos sobrevivientes de los abusos del cura Moya para testimoniar en el juicio contra el sacerdote por abuso y corrupción de menores. La acusación estará a cargo de los representantes del Ministerio Público Fiscal, Mauro Quirolo y Juan Manuel Pereyra, más los querellantes particulares, Juan Cosso y Florencio Montiel. A Moya lo defiende el abogado José Ostolaza.

Ernesto Frutos habla por primera vez en forma pública. Se lo nota seguro, decidido. “Este juicio es muy importante para encontrar justicia y para que no vuelva a pasar. Ojalá sirva para quienes fueron víctimas, para que se animen a denunciar, que no se queden encerrados”, dice.

Era un chico de misa y de participación en los rituales de iglesia pero desde que pasó lo que pasó con el cura Moya no pisó nunca más un templo.

Cuando Moya metió su mano adentro del pantalón, después que se lo sacó de encima de un golpe seco, luego de contarle a sus amigos lo que el cura había intentado hacer con él, fue hasta su casa y le contó a sus padres. Pero sus madres no quisieron denunciarlo en la Justicia: era el personaje  del pueblo, de Villaguay. “Nadie nos iba a creer”, razona ahora.

Nadie nunca le pidió perdón a él o a su familia. El clero se golpeó el pecho, echó agua bendita, rezó avemarías y padrenuestros, pero no dijeron nada de aquello que había ocurrido con el padre Moya. Es más: Moya fue enviado a un peculiar destierro: a una misión de paz a Chipre.

Recién cuando el caso Moya empezó a ventilarse en los medios, y Pablo Huck alzó la voz, la Iglesia de Paraná intentó tibiamente actuar. Mandó emisarios a Villaguay, prometió investigar, abrir un juicio canónico: nada. Todo quedó en nada.

Un día, el cura Silvio Fariña apareció en la vida de Ernesto Frutos y le pidió que testificara en una investigación diocesana. Ernesto Frutos le dijo que no: que todo cuanto tenía para decir lo había dicho en la Justicia. Le dijo más: que no creía  en la justicia eclesiástica y lo despachó sin pasión.

Entonces escuchó aquella advertencia del cura Fariña que ahora le suena a amenaza. Ernesto Frutos estudia Abogacía en una Universidad católica. Y Fariña le recordó de modo destemplado eso, precisamente: “Mirá que yo sé que vos vas a una facultad católica”.

Eso, más todo lo demás, lo han vuelto desconfiado de la justicia de la Iglesia. “Hasta que este caso no se hizo público,  nadie se acercó a hablar con nosotros. dejaron en evidencia que salieron a hablar cuando se hizo público, si no, hubiese sido un secreto”, razona.

-¿Qué esperas del juicio a Moya?

-Me parece que este juicio nos da la posibilidad de que la gente sepa lo que pasó. Esta persona tiene pagar por lo que hizo. Pero yo creo que lo mejor que podemos sacar de todo esto, mas allá de que lo castiguen y todos podamos cerrar una etapa, es la prevención. Que la gente se interese, se informe. Que se preocupe en manos de quién pone a sus hijos. No es crear pánico, sino crear conciencia.

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