La Justicia ya cuenta con el presupuesto de una empresa de excavaciones para comenzar a trabajar en el predio de la Estancia La Candelaria, en Crucecitas Séptima, departamento Nogoyá, en busca de los restos de la familia Gill, cuyo rastro se perdió por completo en el verano del año 2002.

La búsqueda de la familia Gill se activó luego de que un testigo clave, que los conoció en vida, aportara ante el juez de Garantías de Nogoyá, Gustavo Acosta, un dato revelador, y escalofriante: que todos los integrantes de la familia podrían estar enterrados en el mismo predio de La Candelaria.

El lunes 23 de octubre hubo un allanamiento en el campo La Candelaria, cuyo casco principal está desocupado, y ahora lo que resta es ingresar con máquinas para inspeccionar los lugares que el testigo señaló como posible ubicación de los restos. El testigo identificó dos lugares posibles donde podrían estar los restos de los Gill, pero para rastrear bajo tierra es preciso contratar a una empresa especializada en excavaciones.

La Justicia de Nogoyá ya cuenta con esa firma, que aportó el presupuesto, y ese presupuesto fue elevado por el juez Acosta ante el Superior Tribunal de Justicia (STJ), para que autorice el gasto. Si la petición es acogida favorablemente, en 20 días estarían realizándose las excavaciones en La Candelaria.

El testigo esperó años para poder dar su testimonio en la Justicia. Esperó el tiempo suficiente hasta que el dueño de La Candelaria estuviera muerto. Alfonso Francisco Goette, dueño del campo, murió el jueves 16 de junio de 2016. Fue a raíz de un accidente de tránsito que protagonizó a bordo de su camioneta Nissan Frontera  en la intersección de las rutas 32 y 35, que resultó mortal.

 

Goette tenía 70 años.

Goette había sido investigado a partir de enero de 2002, por la desaparición de la familia Gill. Precisamente el 13 de enero de ese año, se lo vio por última vez a Rubén Gill, quien tenía 56 años. Con su mujer Norma Margarita Gallego (26) y sus hijos María Ofelia (12), Osvaldo José (9), Sofía Margarita (6) y Carlos Daniel (3) emprendieron un viaje corto hasta la ciudad de Viale, donde estuvieron en un velorio.

 

Desde entonces, se perdió todo rastro de ellos.

El testigo, AN, un contratista rural de la zona Tabossi, a 71 kilómetros de Paraná, que supo realizar trabajos de siembra en el campo de Goette, y que conocía a “Mencho” Gill, brindó un dato. Y dijo que antes no había abierto la boca por miedo a Goette. Pero con Goette muerto, acudió a los Tribunales de Nogoyá, y habló. Dijo ante el juez Acosta  que los Gill no se fueron de viaje ni están en otra provincia sino que podrían estar en el mismo lugar donde siempre, la estancia La Candelaria.

Aportó una pista tétrica: que veinte días antes de que desapareciera la familia, en el verano de 2012, “Mencho” Gill cavó dos pozos, uno en el lecho de un arroyo que entonces estaba seco.

De modo que la hipótesis es que los Gill pudieran acabar sus días enterrados en esos pozos que el jefe de familia cavó, ordenado por su patrón, Goette.

Después del allanamiento de octubre en el campo, el siguiente paso es excavar en los dos lugares señalados por A N.

 

La búsqueda de los Gill tropezó con desinteligencias de la propia Justicia.

María Adelia Gallegos, la madre de Margarita, la esposa del “Mencho” Gill, sostuvo que “el error es buscarlos vivos, porque ellos ya están muertos y enterrados” y volvió a apuntarle al dueño del campo: “Para mí tienen que buscar donde vivían hace catorce años, que es el campo de Alfonso Goette”.

Lo dijo mucho antes de que el testigo nuevo apareciera y diera las pistas de los dos lugares adentro de La Candelaria.

Pero el juez de Instrucción de Nogoyá, Jorge Sebastián Gallino, que primero instruyó la causa, se inclinó por la hipótesis que apuntaba a que la familia se había ido de vacaciones, que tal vez habían conseguido otro trabajo y por eso no habían regresado.

Recién en julio de 2003, es decir, 18 meses después de la desaparición, el juez ordenó la primera inspección en la estancia La Candelaria. Sin resultados. En los años posteriores se hicieron relevamientos, rastrillajes, excavaciones, controles de fronteras, se tomaron testimonios. Tampoco surgieron datos.

Ahora, un testigo nuevo, y un dato esperanzador abren expectativas sobre la posibilidad de correr el velo de uno de los grandes misterios de la Justicia de Entre Ríos: la desaparición de toda una familia, diecisiete años atrás. (Entre Ríos Ahora)

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